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EL JUEGO DE LOS SENTIDOS

La primavera nos envuelve en una sinfonía sensorial: el dulce aroma de los jazmines, la cálida brisa en la piel, el vibrante trino de los pájaros. Pero hay algo más. Nuestro lenguaje también florece, lo que permite que algunas palabras evoquen sensaciones vívidas. La palabra “melancolía” puede sentirse como un atardecer gris y frío, “terciopelo” nos acaricia con una suavidad infinita, y “chispa” casi produce un pequeño sonido al leerla. ¿Cómo es posible este juego sensorial? La clave está en la sinestesia, una figura retórica y, más profundamente, un fenómeno cognitivo.

La Real Academia Española define la sinestesia como la “unión de dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios sensoriales, como en ‘soledad sonora’ o ‘verde chillón’”. En la literatura, esta técnica es bien conocida y ha sido usada por grandes maestros. El poeta simbolista Arthur Rimbaud, por ejemplo, asignaba colores a las vocales en su poema Vocales (“A negra, E blanca, I roja, U verde, O azul”), y Rubén Darío hablaba de “dulces azules”.

Sin embargo, la sinestesia no es solo un adorno poético. Para la lingüística cognitiva, con figuras como George Lakoff y Mark Johnson, las metáforas sinestésicas son una parte fundamental de nuestro sistema de pensamiento. En su obra seminal Metáforas de la vida cotidiana, Lakoff y Johnson argumentan que construimos nuestra comprensión del mundo abstracto a partir de nuestras experiencias corporales y sensoriales. Decir “agria melancolía” o “susurro suave” no es solo un recurso literario; es un proceso cognitivo en el que nuestro cerebro mapea sensaciones físicas o estados emocionales. La metáfora se convierte en un puente que une lo que sentimos físicamente con lo que pensamos o sentimos internamente.

La conexión de la sinestesia con la primavera es particularmente poderosa. La estación misma es una explosión multisensorial. El aire huele a tierra húmeda, la luz se percibe como dorada y tibia, y la brisa se siente como un susurro fresco. La literatura modernista y simbolista usó abundantemente la sinestesia para describir la primavera no solo como un fenómeno natural, sino como una vivencia plena de sensaciones.

“La sinestesia no es una curiosidad lingüística, sino una ventana a cómo pensamos y sentimos”.

El lingüista cognitivo Antonio Barcelona, en sus estudios sobre la semántica conceptual, ha explorado cómo las percepciones sensoriales enriquecen la evocación emocional de los textos. Su trabajo sugiere que una frase como “chispa primaveral” activa en nuestra mente imágenes de calor, luz y energía de una manera tan vívida precisamente porque nuestro cerebro está diseñado para integrar estos dominios sensoriales con conceptos abstractos. 

La sinestesia no es una curiosidad lingüística, sino una ventana a cómo pensamos y sentimos, permitiendo que cada palabra sea una brisa, un color o una textura. Para que este septiembre las palabras huelan a brote fresco y se sientan como luz tibia, animémonos a usar la sinestesia y permitamos que nuestro lenguaje, al igual que los jardines, florezca con una nueva piel.

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