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APOSTAR EN LÍNEA NO ES JUEGO DE NIÑOS

El siglo XXI inició con un feroz proceso de adultización de las enfermedades durante la infancia.

Muchos chicos y chicas sufren trastornos que, pocas décadas atrás, aparecían solo en personas mayores. Contracturas musculares, insomnio, bruxismo severo, cefalea crónica, gastritis y ansiedad generalizada son ejemplos frecuentes.

Algunas adicciones se suman al listado.

El consumo episódico excesivo de alcohol (CEEA) son borracheras semanales que inician alrededor de los 13 años y que, a diferencia de lo que sucede con los mayores, causan daños que suelen ser irreversibles.

El tabaco fumado, en tanto, volvió a emerger con impulso renovado ante el pobre registro del riesgo, en especial entre hijos de padres no fumadores (que no conviven con enfermos por cigarrillos).

Una tercera adicción, la tecnológica, ocupa un lugar destacado en esta anticipada emergencia de dolencias de adultos en cuerpos de niños.

Un modo de comprender la Internet es imaginarla como una vía de alto tránsito por la que circulan vehículos de gran porte y sin frenos, que muchos chicos intentan cruzar sin acompañamiento.

Esta metáfora asusta si se advierte que la edad promedio a la que reciben su primer teléfono es 9 años. Resulta altamente probable que muchos sean atropellados por contenidos potentes, violentos y “sin frenos”, en especial aquellos que, mintiendo su edad, son titulares de cuentas.

“Muchos comienzan a apostar dinero fogoneados por influencers

Una vez adentro, ningún control parece funcionar. Son pocos los adultos que reconocen cómo limitar el tiempo frente a pantallas o moderar los contenidos.

APUESTAS EN LÍNEA

En este marco, el apetito de niños y adolescentes por los sitios de apuestas virtuales ocupa hoy un lugar central de discusión en diferentes espacios sociales y políticos.

En pleno contagio de conductas adultas y con acceso ilimitado a sitios web, los chicos “juegan a lo que todos juegan”. Muchos comienzan a apostar dinero fogoneados por influencers que les aseguran que ganarán.

La repetición se hace hábito y, en algunos, adicción, por lo que quedan dependientes, necesitan aumentar la dosis, sufren abstinencia y, como todo adicto, niegan la enfermedad.

Se enojan, se dispersan; pierden interés por otras actividades y su día se ordena según el momento de apostar. Gastan, gastan de más, se endeudan. Se avergüenzan; algunos se disculpan, otros no lo soportan. Alguno decide quitarse la vida.

En otro contexto, un sinnúmero de adolescentes pobres apuesta para “salvar el día”, para comer; y pierden lo que no tenían.

El debate sobre este tema es mundial, aunque sin llegar a propuestas concretas más allá de enunciar buenas intenciones.

A la espera de una regulación efectiva del acceso a las apuestas virtuales, padres y madres podrían comenzar por revisar cómo administran el dinero sus hijos e hijas. Preguntarse sobre esos cambios de conducta que los han alejado tanto; volver a dialogar de modo sincero, no punitivo.

Familias, escuelas y Estado seguirán reformulando políticas respecto al uso responsable de los teléfonos, pero… la pelea es desigual frente a la masiva publicidad de sitios de apuestas en los medios; un insolente entramado comercial que solo engaña, precariza y trastoca el frágil equilibrio en muchas familias.

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