No sabemos en qué momento, pero ¡marzo ya llegó! El mes en el que el calor del verano comienza a ceder ante la frescura del otoño, cuando los árboles se visten de tonos dorados y las hojas comienzan a bailar al compás del viento. Además, este año, marzo trae un regalo especial: ¡la Pascua!
¿Se preguntaron alguna vez por qué la fecha de la Pascua católica cambia cada año? Es como seguir el rastro de una luciérnaga en la noche: de rumbo cambiante y difícil de descifrar. Resulta que la fecha de esta celebración no es fruto del azar, sino de una danza ancestral entre la luna y el calendario.
El Primer Concilio de Nicea (primer concilio ecuménico, es decir, universal, porque participaron obispos de todas las regiones donde había cristianos), en el año 325, estableció el día de la Pascua como el primer domingo después de la luna llena tras el equinoccio de primavera en el hemisferio norte (luna llena eclesiástica), y fijó el equinoccio en el 21 de marzo.
Así, para quienes estamos en este lado del mundo, el enigma comienza con el equinoccio de otoño, ese momento mágico en el que el día y la noche se igualan, y la naturaleza se prepara para el reposo invernal. La Pascua está estrechamente ligada a este fenómeno astronómico. Se celebra el primer domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio de otoño. ¿Complicado? Un poco, pero vayamos por partes.
Imaginen un tapiz cósmico donde el sol, la luna y la tierra juegan una partida eterna de ajedrez. La luna, con sus fases cambiantes, es la pieza clave en este juego de fechas. La Iglesia católica sigue un sistema lunar para determinar la Pascua, lo que añade un toque de misterio y tradición a la celebración.
“La fecha es fruto de una danza ancestral entre la luna y el calendario”.
Otro dato curioso es que, tras determinarse esta fecha, el carnaval se fija para el fin de semana previo al Miércoles de Ceniza, que es el inicio de la Cuaresma, los 40 días antes del inicio de la Semana Santa.
Ahora bien, ¿qué hay del término “Pascua”? Bueno, aquí entra en escena un festín etimológico. La palabra “Pascua” tiene sus raíces en el hebreo antiguo pesah (hoy, “pésaj”), que significa ‘paso’ o ‘transición’. Originalmente, se refería a la celebración judía de la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto, un evento conmemorado en la Pascua judía.
La adopción del término por parte del cristianismo no fue casualidad. Para los primeros cristianos, la Pascua no solo marcaba la resurrección de Jesús, sino también la transición de la muerte a la vida, del pecado a la redención. Era el paso definitivo hacia la esperanza y la renovación.
Así que aquí estamos, en marzo, con la Pascua a la vuelta de la esquina. Un momento para reflexionar sobre el ciclo de la vida, la naturaleza cíclica del tiempo y la luz que siempre sigue a la oscuridad. Entonces, mientras disfrutás del encanto del otoño y te sumergís en la tradición pascual, por ahí podés dedicar unos minutos a pensar en la danza cósmica que marca esta fecha y la profunda significancia que encierra.
¡Que esta Pascua les traiga renovación, esperanza y mucha alegría!