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Luis Leloir: la salsa golf y el premio Nobel

Ilustración:
Pini Arpino

Luis Federico Leloir nació el 6 de septiembre de 1906 en París, mientras su padre era tratado de una grave enfermedad en un centro médico de la ciudad luz. 

Ya a los cuatro años, el pequeño Luisito iba camino a convertirse en un gran lector de todo lo que llegaba a sus manos en la gran estancia de la familia en los pagos de El Tuyú, en la provincia de Buenos Aires. 

Estudió en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, donde se graduó en 1932. Tras haberse desempeñado como médico en varios hospitales, como el de Clínicas y el Ramos Mejía, decidió dedicarse a la investigación científica. 

En 1933, a través de su prima –la célebre escritora Victoria Ocampo– conoció a Bernardo A. Houssay, quien dirigió su tesis doctoral acerca de las glándulas suprarrenales y el metabolismo de los hidratos de carbono. Su tesis fue completada en solo dos años y recibió el premio de la facultad al mejor trabajo doctoral. 

En 1936 viajó a Inglaterra para dar comienzo a sus estudios avanzados en la Universidad de Cambridge, bajo la supervisión del también Premio Nobel Sir Frederick Gowland Hopkins, quien había obtenido esa distinción en 1929 por sus estudios en fisiología y medicina tras descubrir que ciertas sustancias, hoy conocidas como vitaminas, eran fundamentales para mantener la buena salud. 

Pero hay uno de sus experimentos químicos que estuvo destinado a perdurar en la cultura popular, aunque no siempre haciendo justicia con el recuerdo de su autor. Una tarde, estando Federico en el Golf Club de Mar del Plata frente a una suculenta fuente de langostinos, decidió mezclar mayonesa y kétchup, dando origen a nuestra tradicional salsa golf. La receta original incluía salsa tabasco y coñac. 

Viajó a los Estados Unidos en 1943 con su flamante esposa, Cecilia Zuberbühler, y allí permaneció dos años. 

A su regreso como investigador asociado en el Departamento de Farmacología de la Universidad de Washington, como muchos científicos argentinos, Leloir fue tentado por la Fundación Rockefeller para continuar su carrera en los Estados Unidos, pero priorizó el impulso del desarrollo de la ciencia en nuestro país por sobre sus intereses personales. Junto a su maestro, Houssay, fue un gran impulsor del Conicet, del que fue parte de su directorio y sobre el que afirmó: “Gracias, en gran parte, a la obra del consejo y al empuje de muchos jóvenes, la investigación bioquímica ha tenido considerable progreso en el país”.

El año 1968 estuvo marcado por los reconocimientos a su extraordinaria carrera científica. Fue galardonado con el premio Benito Juárez por el gobierno de México, obtuvo el doctorado honoris causa de la Universidad Nacional de Córdoba e ingresó a la Pontificia Academia de las Ciencias del Vaticano por voluntad unánime de sus miembros. 

El 10 de diciembre de 1970 recibió el premio Nobel de Química, convirtiéndose en el primer hispanoamericano en conseguirlo. 

Luis Federico Leloir murió en Buenos Aires el 2 de diciembre de 1987, tras un ataque al corazón poco después de llegar del laboratorio a su casa. Fue enterrado en el cementerio de la Recoleta, en la bóveda familiar, una de las más bellas de esa célebre necrópolis.

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