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La Zeta

Siempre me gustó pensar la letra zeta como una guardiana que asegura que todo está en su lugar. Cada vez que organizaba letras o acomodaba libros, al llegar a la “z”, sentía que todo estaba en orden. Esto también me llevaba a pensar, una y otra vez, por qué la “z” es la última letra del abecedario. 

En la Argentina, no distinguimos fonéticamente la “z”. La pronunciamos de manera similar a la “s”, por lo que los más pequeños recién descubren su singularidad cuando comienzan a dibujar con palabras. 

Por su parte, la historia de nuestro alfabeto es tan antigua como fascinante. Todo comenzó con los fenicios, hace más de tres mil años, quienes desarrollaron uno de los primeros alfabetos conocidos. Los griegos tomaron prestado este sistema y lo adaptaron, agregando algunas letras nuevas y cambiando otras. Aquí es donde empieza la travesía de la “z”.

La zeta es el equivalente latino de dseta griega (Ζ en mayúscula y ζ en minúscula), representaba el sonido [ts] o [dz] (como en la palabra “pizza” pronunciada a la italiana, no a la española). En el alfabeto griego, la dseta ocupaba la sexta posición. Pero cuando los romanos decidieron crear el alfabeto latino, del cual deriva nuestro alfabeto moderno, hicieron algunos ajustes. Los romanos pensaron que la “z” no era muy útil para su lengua, ya que apenas tenían palabras que la utilizaran. Entonces, decidieron eliminarla.

“Al estar al final del alfabeto, a menudo representa el fin de algo”.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que se dieran cuenta de que la “z” tenía su encanto. Con el tiempo, la influencia del griego y otras lenguas extranjeras hizo que la “z” volviera a ganar relevancia. Así, los romanos la restituyeron, pero esta vez la pusieron al final del alfabeto, como una especie de guiño a su pasado griego y una forma de decir: “Sabemos que no sos la más popular, pero te valoramos igual”.

Pero hay más razones prácticas detrás de la posición final de la “z”. El alfabeto está diseñado para ser funcional, no solo para el habla cotidiana, sino también para el aprendizaje y la enseñanza. Las letras más comunes y útiles ocupan los primeros lugares para facilitar su aprendizaje temprano. De este modo, las letras menos frecuentes, como la zeta, se colocan al final, donde no distraen a los nuevos estudiantes del núcleo más útil del idioma.

También es interesante considerar cómo esta letra ha sido vista a lo largo de la historia. Al estar al final del alfabeto, la “z” a menudo representa el cierre, el fin o la culminación de algo. En matemáticas, por ejemplo, cuando usamos variables, la “x”, la “y” y la “z” suelen ser las últimas incógnitas que tratamos de resolver. En la narrativa y la literatura, cuando llegamos a la “z”, sabemos que hemos alcanzado el final del camino.

Tras revisar todo esto, podríamos decir que la “z” es la última letra del abecedario por una mezcla de historia, funcionalidad y un poco de azar. Es la guardiana del final, la letra que, aunque no siempre es la protagonista, aporta su propio toque especial al conjunto. ¡Viva la zeta! 

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