Cuando era muy joven, en 1797, Mary Clarke fue acusada de haber robado unas telas en una tienda de Londres. La mandaron a las temibles cárceles inglesas de entonces. El tribunal determinó su condena a muerte en la horca. Sus encantos convencieron a algún juez que se apiadó de ella y cambió la pena capital por una condena por tiempo indeterminado en Australia. Fue embarcada en la fragata Lady Shore junto con otras reclusas, en su mayoría prostitutas, y otras convictas condenadas por delitos menores.
La leyenda dice que Mary enamoró al capitán, y a la altura de Río de Janeiro participó en un motín que terminó con la vida del capitán e impuso un nuevo destino a la embarcación. El Lady Shore navegaba ahora hacia Montevideo. Cuando desembarcaron, Mary dijo estar casada con un tal Lochar, un suizo de origen alemán a quien acusaban de ser el autor material del asesinato del capitán del barco y de haberlo arrojado por la borda. Las autoridades españolas de Montevideo desconfiaron del relato de la inglesa. No se sabe muy bien qué pasó con Lochar, pero sí que todas las reclusas, incluida nuestra Mary Clarke, fueron enviadas a Buenos Aires y confinadas en la Residencia, donde eran recluidas las mujeres acusadas de delitos, de ejercer la prostitución, también las declaradas insanas y algunas pobres indias. Mary fue liberada y ofició de enfermera de los soldados ingleses durante las invasiones. Luego se casó con un asturiano de apellido Del Campo que murió por 1808 y le dejó una tienda y varios esclavos. María Clara Jonson, como se hacía llamar entonces, invirtió parte de su herencia en la fonda que regenteaba en la actual calle 25 de mayo entre Bartolomé Mitre y Perón, y le fue muy bien. Los fondos del local daban a la actual Leandro Alem, lo que le permitía tener una vista privilegiada de los movimientos de los barcos sobre el río. Un poco antes de la revolución se casó con el marino norteamericano Thomas Taylor. En su fonda y hostería, se estableció en 1811 la Sala Comercial Británica, que se convirtió en el lugar de reunión de la comunidad inglesa de Buenos Aires. Dicen que Mary fue amiga de María Josefa y Encarnación Ezcurra, y de la “niña” Manuelita Rosas.
En 1832, el científico Charles Darwin, de visita por Buenos Aires, quiso conocer a la ya célebre compatriota. Lo hizo en compañía del capitán Robert Fitz Roy y registró en su diario aquel encuentro memorable: “La historia de esta mujer es extraordinaria. Alguna vez fue hermosa. Tan extraordinaria fue su labor como enfermera de nuestros soldados, después de nuestra desastrosa tentativa para ocupar esta ciudad, que todo el mundo parece haber olvidado sus fechorías. Hoy es una mujer vieja y decrépita, con un acento masculino y evidentemente todavía con una disposición feroz. Son sus expresiones más comunes ‘Los mataría, señor’, ‘Les cortaría los dedos’. Tiene esta digna anciana todo el tipo de hacer estas cosas, más que amenazar”1.
No solo Darwin pensaba así de la brava Mary, otros aventuran que Miss Clarke era espía, pero se han dicho tantas cosas de las mujeres inteligentes que aprendieron a defenderse solas que lo mejor es tomarlo todo con pinzas.
Mary murió en Buenos Aires en julio de 1844 y luego de una misa muy concurrida en la Catedral Metropolitana, fue enterrada con todos los honores en el cementerio de la Recoleta.
1 Charles Darwin, Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo, Madrid, Espasa, 1986.