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Borges y Gardel 

Ilustración: Pini Arpino

“A Gardel no le gustaba el tango”. La frase, compadrita y provocadora, no podía venir sino de Jorge Luis Borges, que, en su gusto por la polémica, afirmaba que a Gardel no le gustaba ni cantar ni bailar tango, y le negaba al género prototípico de la música porteña el carácter de popular, vinculando el sentimiento criollo exclusivamente a la guitarra, “que se oía en todos los almacenes de Buenos Aires” y era “típica de la milonga”. 

A Borges le gustaba el tango previo a Contursi y, por lo tanto, tampoco estaba entre los admiradores de Gardel: “Creo que Gardel contribuyó al ablandamiento del tango; Gardel y un instrumento tardío, originario del barrio de La Boca, que fue el bandoneón”.1 Es cierto que los primeros conjuntos no incluían el bandoneón, pero sí la guitarra, junto con flauta y violín. Pero para cuando Borges, que había nacido en 1899, pudo haber escuchado algún tango por primera vez, ya había muchos bandoneonistas en Buenos Aires. “Gardel –decía Borges– unió el drama al tango como si él mismo lo protagonizara, a la manera de un personaje de ópera”.2 

Carlitos no pensaba lo mismo, se consideraba sí intérprete, pero nunca un protagonista de aquellos tangos: “Con frecuencia me preguntan cómo arreglo o qué camino sigo para componer mis tangos, y en verdad, mi deseo es siempre eludir la respuesta pues temo desilusionar al curioso, ya que muchos creen que para escribir tangos es necesario estar en condiciones lamentables de amargura”.

Pese al disgusto manifiesto de Borges por el tango canción y por Gardel, nada pudo impedir que se conmoviera cierta vez con la música identitaria de Buenos Aires. Ocurrió en Texas, cuando, invitado por la universidad para dictar una conferencia, visitó en su casa a un amigo paraguayo que le hizo escuchar unos tangos que merecieron la siguiente reflexión de “Georgie”:  “Tocó todos los tangos que aborrezco, realmente: flaca, fané y descangayada… La cumparsita… Yo me decía qué vergüenza, estos no son tangos; qué horror es esto. Y mientras yo estaba juzgándolos intelectualmente, sentí las lágrimas que estaba llorando yo, de emoción. Es decir, yo condenaba aquello intelectualmente, pero al mismo tiempo aquello me había llegado y yo estaba llorando”.

En otro escrito se refirió a Gardel en estos términos: “He conversado con algunos de sus amigos; su obligada condición de profesional que debía ganarse la vida no le impidió ser muy generoso. Bastaba que uno le dijera que andaba necesitado, para recibir de su mano un fajo de billetes que él no contaba. Es natural que conociera muchas mujeres. Pude haberlo oído cantar en los cinematógrafos y nunca lo oí; su gloria máxima fue póstuma. Ha tenido muchos imitadores; ninguno, me aseguran, lo iguala. Buenos Aires se siente confesada y reflejada en esa voz de un muerto. La gente lo apoda con afecto el Busto que sonríe o, con más gracia, el Mudo. El primer apodo alude a su monumento, en el cementerio del Oeste, donde llegan homenajes de flores. Días pasados oí decir: ¡Ese Gardel! Cada día canta mejor”. 

1 Jorge Luis Borges, “A Gardel no le gustaba el tango”, Clarín, jueves 19 de junio de 1975.

2 “Gardel, mito y polémica”, El Mundo, sábado 12 de junio de 1965.

3  Clarín, domingo 9 de diciembre de 2012, Suplemento “Gardel eterno”, pág. 9.

4 Citado por Leonardo Vacarreza, “Noticias de un tango escrito por Borges”, La Lagartija Emplumada, Año 1, Nº 1, La Paz, Bolivia, septiembre de 2004.

5 Jorge Luis Borges, “El tango y Gardel”, en Carlos Gardel. Tango que me hiciste bien, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, junio 1985, págs. 8 y 9.

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