Es posible reconocer a lo largo de cada jornada un período de mayor lucidez en niños y niñas; un lapso en el que les sobra energía y capacidad para mostrar lo mejor de sí.
Para algunos, es el día; para otros, la noche.
Si pudieran –si sus mayores lo permitiesen–, elegirían ser reconocidos por esos momentos en los que todo parece salirles bien.
La ciencia designa a tales conductas vinculadas al tiempo como cronobiotipos.
Están los que despiertan temprano y alegres, que conversan mientras desayunan y que encaran el día con optimismo; literalmente brillan con la luz del sol. A medida que avanza la tarde, su energía merma y buscan dormir temprano.
Son alondras, en referencia a aves de hábitos diurnos (cronobiotipo matutino).
En cambio, son búhos (cronobiotipo vespertino) aquellos a quienes les cuesta horrores levantarse temprano, detestan desayunar y no emiten palabra hasta media mañana.
Son también los que se activan con lentitud y recién al atardecer encienden sus motores creativos. Avanzada la noche están listos para encarar las tareas más desafiantes.
Diferenciar búhos y alondras ayuda a la armonía social, ya que mucho del humor cotidiano depende de ligar horarios infantiles con su cronobiotipo.
En la realidad, alondras y búhos transitan sus infancias con diversa suerte.
Los más afortunados cuentan con gente que descubre su cronobiotipo e intenta adecuar las ocupaciones a los períodos de mayor lucidez.
Otros, en cambio, padecen los desajustes.
Son, por ejemplo, niños alondra que asisten al colegio por la tarde, su horario de peor rendimiento; o que cabecean apenas inicia una película en una juntada nocturna.
“Alondras y búhos vivirían mejor si lograran descansar lo suficiente”.
Son búhos que “no saben qué hacen allí” durante la primera hora de clase; o que son obligados a descansar cuando su mente ebulle.
Tal y como está diseñado el actual ritmo familiar, es común ver a muchos chicos desacreditados en sus logros, pero no por incapaces o ignorantes, sino por desacoplados.
En su origen, la biología determina cronobiotipos.
Los ritmos circadianos –el resultado de múltiples variables corporales que condicionan lapsos regulares de 24 horas– condicionan la adaptación al medio. A estos se suman factores externos.
Por ejemplo, hay actividades físicas que alteran la temperatura corporal; la presión arterial puede variar con el consumo de ciertos alimentos industriales y, de manera dominante, las fuentes de luz artificial –las pantallas retroiluminadas– alteran el inicio del reposo nocturno al impedir la secreción natural de melatonina, la hormona del sueño.
El resultado de estas interacciones puede conducir a un jet lag social, trastorno que incluye cansancio, desinterés, mal humor, somnolencia y pobre rendimiento escolar.
Por todo ello, alondras y búhos vivirían mejor si lograran descansar lo suficiente, comer sin sal y evitar el uso de pantallas antes de dormir.
Pero queda un grupo por describir: los colibríes, aves pequeñas, de cerebro grande y con la asombrosa capacidad de adaptarse a cualquier entorno a fin de sobrevivir.
Triste metáfora: muchos chicos también son pequeños, tienen gran cerebro y viven agotados en el esfuerzo de adaptarse a un ritmo que contradice su esencia.