Me siento orgullosamente parte de la generación Mafalda por haber crecido con ella, aprendiendo de la sabiduría de su creador, tan genial que se hacía invisible y decíamos “Como dice Mafalda”. Éramos, como ella, fanáticos de los Beatles, odiadores de la sopa, estábamos preocupados por la guerra de Vietnam y las bombas atómicas con que se amenazaban las potencias de aquel mundo bipolar. Soñábamos con Felipe con Brigitte Bardot, con ser astronautas o famosos; jugábamos a los vaqueros del oeste, nos enojábamos con Susanita y Manolito, nos llenábamos de ternura con Miguelito y Guille, y nos rebelábamos con Libertad, tan explícitamente chiquita.
¿Quién no recuerda el palito de abollar ideologías, la tortuga “Burocracia”, el país “In The pendiente” y tantas genialidades de don Joaquín Lavado, quien les confesó a Rep y a Tute en sendos reportajes que la sopa rechazada con asco por Mafalda no era otra cosa que una alegoría de la dictadura llamada pomposamente “Revolución Argentina” que asoló al país entre 1966 y 1973?
Todo había empezado en 1963, cuando un creativo de la agencia publicitaria Agnes, Norman Briski
–sí, el mismo–, llamó a Quino por indicación de su amigo Miguel Brascó para crear una historieta que reflejara la vida de una familia de clase media argentina para una línea de electrodomésticos.
Pero la campaña no se concretó y el dibujante mendocino se quedó con la idea y las ocho tiras que había hecho.
Pasaron unos meses y recibió otro llamado, esta vez de Julián Delgado, que por entonces era el secretario de redacción del exitoso semanario Primera Plana, quien casualmente le pedía una historieta, y ahí resucitó la idea de la familia y la tira comenzó a publicarse.
A Quino le había sonado bien el nombre de “Mafalda”, que había escuchado en la versión cinematográfica de la novela Dar la cara, de David Viñas, en la que aparece una bebita con aquel nombre que se haría célebre. Y finalmente Mafalda asomó su carita inconfundible el 29 de septiembre de 1964 en Primera Plana. Luego saldría en la contratapa del diario El Mundo. De aquella etapa es la tira de un solo cuadro en el que se ve a Mafalda preocupada diciendo “¿Entonces? ¿Eso que me enseñaron en la escuela?”. Era el 29 de junio de 1966 y la niña se preguntaba por su futuro y el de sus compatriotas que acababan de sufrir, el día anterior, un nuevo golpe cívico militar, esta vez encabezado por el general Onganía. Luego iría a la última página de uno de los semanarios más leídos de fines de los 60 y principios de los 70, Siete Días. Las tiras pasaron a integrar libritos anuales editados en un principio por la editorial Jorge Álvarez y luego por Ediciones de La Flor.
Las ideas de esta argentinita tan ingeniosa como irreverente, tan reflexiva como contestataria, recorrieron el mundo traducidas a 26 idiomas, desde japonés, italiano y portugués, hasta griego, francés y holandés. El mensaje de Mafalda sigue manteniendo la misma dosis de genialidad y, sobre todo, de actualidad.
Una vez le preguntaron a Quino cómo se imaginaría hoy a Mafalda, y él contestó sin vacilar: “Mafalda sería una desaparecida”.
El querido Julio Cortázar le respondió a un periodista: “No tiene importancia lo que pienso yo de Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piensa de mí”.
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