Ilustración: Pini Arpino
Frida Kahlo no tuvo una vida fácil. Tantas ganas de vivir y tanto ensañarse la vida con ella.
Nació el 6 de junio de 1907 en el bello barrio de Coyoacán, en el Distrito Federal de México. Su papá, Wilhelm, había nacido en Alemania y era un fotógrafo al que le encantaba la pintura. Frida siempre recordaría la mirada de su padre que le contagió esas ganas de ver y sentir la vida, la naturaleza, los claros y los oscuros. Su mamá, Matilde Calderón, era una mujer muy religiosa y manejaba la casa bajando a tierra a Wilhelm y su bohemia.
Cuando tenía tres años estalló la revolución encabezada por los caudillos Pancho Villa y Emiliano Zapata que reclamaba tierra, justicia y libertad. Frida no podía entender todavía todo lo que iba a influir ese proceso de diez años en su vida.
También comenzó a tomar clases de pintura y a practicar en el atelier de su papá.
Una tarde, cuando regresaba a su casa en ómnibus en compañía de su novio, Alejandro, el vehículo fue atropellado por un tranvía que lo estrelló contra una pared. Frida sufrió graves heridas. Su columna se partió en tres partes y su pierna en once, y además se fracturó la pelvis. Soportó más de 32 operaciones. Su mamá adaptó un caballete para que pudiese pintar desde la cama y su papá le regaló sus óleos y telas. En esas circunstancias, Frida pintó sus primeros autorretratos que se harían tan célebres.
Ya restablecida y convencida de que su vida pasaba por el arte, tomó las que consideraba sus mejores pinturas y se presentó en el taller del gran pintor y muralista Diego Rivera, quien quedó maravillado tanto por los dibujos como por Frida. Así fue naciendo entre ellos un amor tan intenso como complejo, y se casaron el 21 de agosto de 1929.
En 1930, a partir de ofertas de trabajo para Diego, la pareja viajó a los Estados Unidos, y recorrió Nueva York, San Francisco y Detroit en medio de la crisis económica y social desatada en octubre de 1929. Allí permanecieron más de cuatro años, durante los cuales la obra de Frida comenzó a ser valorada y sus cuadros cotizados incluso entre las estrellas de Hollywood.
Cuando regresaron a México, se mudaron al pueblo de San Ángel, donde Frida sufrió una recaída en su precaria salud, pero siguió pintando y preparando su primera exposición en el DF.
A medida que su éxito crecía, empeoraba su ya complicada relación con Diego, que llegó a su fin a mediados de 1939. Frida dejó San Ángel y regresó a su querida Casa Azul, pero la separación duró menos de un año y todo volvió a la “normalidad”.
Por esos años, en pleno suceso, comenzó a dar clases de pintura en la medida que su salud se lo permitía. Sobrevinieron otras siete operaciones y meses de internación en los que no dejó de pintar y de preparar las obras para un gran homenaje que se le preparaba en la Ciudad de México.
Finalmente, murió el 13 de julio de 1954 en la misma Casa Azul donde había nacido. Además de dejar un legado artístico de más de 200 obras que se disputan los principales museos del mundo, Frida dejó un testimonio de coraje, voluntad y pasión por ser libre y por vivir por sobre todas las cosas.