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El ABC

Recorrer la fascinante historia de la escritura nos hará transportar a través de los siglos, desde los enigmáticos jeroglíficos hasta los intrincados alfabetos modernos. A medida que exploramos las raíces de la escritura, nos encontramos con la sorprendente transición desde los gráficos simbólicos hasta los primeros alfabetos consonánticos.

Comencemos el viaje. Imaginen este escenario: una península remota, bajo el dominio egipcio, donde los primeros vestigios de un alfabeto consonántico se desvelan ante nuestros ojos. Estamos frente a un auténtico tesoro de la Antigüedad. Cada signo representa una letra en un sistema llamado “escritura protosintáctica”. Es como un juego de adivinanzas lingüísticas en el que las letras ocultan su identidad en símbolos misteriosos.

Diversos estudios entienden que este abecedario inspiró el alfabeto fenicio. Cuenta la historia que el pueblo fenicio tenía una gran actividad comercial y que fue esta la que impulsó la necesidad de crear un sistema de escritura que pudiera ser accesible para una gran mayoría. 

El ingenio y la necesidad humana son siempre el motor de grandes avances. Así fue como el pueblo fenicio dio vida al alfabeto fonético. ¡Aquí viene la parte genial! No había necesidad de aprenderse cientos de gráficos, sino tan solo 22 letras consonantes. 

Pero ¿qué hay de las vocales?, se preguntarán. Bien, en este momento entra en juego la creatividad fenicia una vez más. Utilizaban los matres lectionis (madres de lectura) como sus ayudantes silenciosos. Son signos que habitualmente designan consonantes, pero que en algunas posiciones se entienden como signos auxiliares para la lectura e indican la presencia de vocales.

“La historia de la escritura es una danza en constante evolución”.

Los mercaderes fenicios fueron expandiendo su creación, hasta que llegó a manos de los griegos, quienes decidieron hacer su propio abecedario basado en el alfabeto fenicio. Introdujeron algunas modificaciones; por ejemplo, le dieron un signo a cada vocal. Con 24 letras, se convirtieron en la nueva fuente de inspiración de los alfabetos que le siguieron. Así, etruscos y romanos se apropiaron de esta base y fueron elaborando sus propios abecedarios.

¿Y qué hay del alfabeto que usamos hoy en día? Bueno, ese es un salto en el tiempo hasta 1803, cuando la Real Academia Española creó la variante española del alfabeto latino universal. En esa oportunidad, los dígrafos “ch” y “ll” fueron considerados letras independientes del abecedario, porque representaban un solo sonido.

Sin embargo, los tiempos cambian, las reglas evolucionan, y en 1994 se acordó adoptar el orden alfabético latino universal, en el que la “ch” y la “ll” no son consideradas letras independientes. De este modo, las palabras que comienzan con estos dígrafos se ubican en la “c” y en la “l”, respectivamente.

La historia de la escritura es una danza en constante evolución, una partitura que nunca deja de sonar. A medida que avanzamos en el tiempo, es seguro decir que las palabras continuarán siendo escritas y las letras nos seguirán sorprendiendo con sus intrigantes conexiones y su poder para capturar. 

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