Con frecuencia –también con liviandad– se suele cuestionar una escasa participación de los adolescentes en espacios sociales o su indiferencia para la militancia política.
La cuestión toma trascendencia en un año plagado de fechas electorales en las que muchos emitirán su (¿primer?) voto; y con él, su opinión, su postura.
Algunos estudios avalan la teoría de la apatía; concluyen que la participación adolescente en ámbitos públicos es limitada.
Muchos otros, en cambio, redimen la sensibilidad juvenil y el deseo de involucrarse en causas que los representen bien.
Estas miradas, en apariencia opuestas, espejan la lógica de quienes estamos escribiendo: por momentos viven escondidos en sus teléfonos (y en sus misterios), y por otros buscan ser incluidos.
En nuestro país es imposible obviar la influencia negativa de la historia, atravesada por persecuciones, desapariciones, exilios y desencuentros, más la actual carencia de modelos a seguir.
En ese sentido, un informe del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) afirma que en 2021 “más de la mitad de los chicos y las chicas no se sentía identificada con los partidos políticos, en tanto 6 de cada 10 quisiera tener representación en el Congreso Nacional y que los temas de su interés sean debatidos en ámbito parlamentario”.
Aun condicionada por este contexto, la voz juvenil busca siempre vías alternativas de expresión. Las encuentra en el arte callejero, en movilizaciones grupales y en infinitas iniciativas por redes sociales.
“La voz juvenil busca siempre vías alternativas de expresión”.
Sus temas preferidos son los movimientos inclusivos, el cuidado del ambiente y la protección respetuosa de los animales; causas que sienten propias, legítimas y que son definitivamente políticas, en tanto exponen su particular visión sobre lo que los rodea.
En todos asoma el reclamo adolescente más político que se conoce: la demanda de coherencia de madres, padres, docentes, dirigentes y hasta del delantero o la delantera del equipo de sus amores.
Un modelo que describe la dinámica de involucramiento en temas sociales es el denominado “Triángulo de la participación juvenil”, propuesto por los belgas Marc Jans y Kurt De Backer, con tres dimensiones: 1) tener algo para desafiar, 2) sentir que tienen la capacidad de hacer una diferencia y 3) poder conectarse con otros para abordar el problema de modo eficaz.
El modelo prueba que los adolescentes no son indiferentes ni apáticos. La mayoría transita esas dimensiones con fuertes deseos de pertenecer, pero bajo modos y tiempos propios, alejados de las formas tradicionales de participación.
Les urge dejar atrás falsos discursos y la hipocresía habitual para defender lo que en verdad importa: el ambiente, la inclusión de las diferencias y una educación intuitiva y ubicua.
Basta entender que los adolescentes tienen otra agenda, más allá de que por momentos parecen sumergidos en Instagram y TikTok.
Son observadores implacables de su tiempo, defensores de la verdad y jamás sonríen por compromiso. Militan cuando ven condiciones favorables.
Marchan, cantan, bailan y agitan banderas; estandartes con diferentes colores y leyendas, siempre a la espera de ser comprendidos.