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Vuelta de Obligado

Ilustración: Pini Arpino.

En la mañana del 20 de noviembre de 1845 pudieron divisarse claramente las siluetas de decenas de barcos. El puerto de Buenos Aires fue bloqueado nuevamente, esta vez por las dos flotas más poderosas del mundo, la francesa y la inglesa, históricas enemigas en la Guerra de los Cien Años y en las campañas napoleónicas que debutaban como aliadas en estas tierras. La precaria defensa argentina estaba armada según el ingenio criollo. Tres enormes cadenas atravesaban el imponente Paraná de costa a costa sostenidas en 24 barquitos, diez de ellos cargados de explosivos. Detrás de todo el dispositivo, esperaba heroicamente a la flota más poderosa del mundo una goleta nacional.

Aquella mañana, el general Lucio N. Mansilla, cuñado de Rosas y padre del genial escritor Lucio Víctor, arengó a las tropas, y mientras las fanfarrias todavía tocaban las estrofas del himno, desde las barrancas del Paraná nuestras baterías abrieron fuego sobre el enemigo. La lucha, claramente desigual, duró varias horas, hasta que por la tarde la flota franco-inglesa desembarcó y se apoderó de las posiciones criollas. La escuadra invasora pudo cortar las cadenas y continuar su viaje hacia el norte. En la acción de la Vuelta de Obligado murieron 250 argentinos y medio centenar de invasores europeos.

Al conocer los pormenores del combate, San Martín escribía desde su exilio francés: “Bien sabida es la firmeza de carácter del jefe que preside a la República Argentina; nadie ignora el ascendiente que posee en la vasta campaña de Buenos Aires y el resto de las demás provincias, y aunque no dudo de que en la capital tenga un número de enemigos personales, estoy convencido, que bien sea por orgullo nacional, temor o bien por la prevención heredada de los españoles contra el extranjero, ello es que la totalidad se le unirán”1

Juan Bautista Alberdi, claro enemigo del Restaurador, comentaba desde su exilio chileno: “En el suelo extranjero en que resido […] beso con amor los colores argentinos y me siento vano al verlos más ufanos y dignos que nunca. Guarden sus lágrimas los generosos llorones de nuestras desgracias: aunque opuesto a Rosas como hombre de partido, he dicho que escribo con colores argentinos […] No me ciega tanto el amor de partido para no conocer lo que es Rosas bajo ciertos aspectos. Sé, por ejemplo, que Simón Bolívar no ocupó tanto el mundo con su nombre como el actual gobernador de Buenos Aires; sé que el nombre de Washington es adorado en el mundo, pero no más conocido que el de Rosas; sería necesario no ser argentino para desconocer la verdad de estos hechos y no envanecerse de ellos”2

Recién en 1850 quedaron normalizadas las relaciones con Inglaterra y Francia. Los bloqueos impusieron sacrificios a los sectores populares, pero no tanto a los estancieros, financistas y grandes comerciantes. Estos grupos disponían de importantes reservas para sobrellevar los malos tiempos y de ventajas de todo tipo, entre ellas impositivas, como señalaba un publicista de la época: “La contribución anual de un propietario de primer orden iguala, pues, a la de un boticario, un fondero o el empresario de un circo de gallos, sin más diferencia que el primero paga a la oficina de contribuciones directas, mientras los demás lo hacen en la de patentes”3

1. Parlamentary Debates, 27 de junio de 1845.

2. Arana, Enrique. Rosas en la evolución política argentina, Bs.As., Instituto Panamericano de Cultura, 1954.

3. Lynch, John. Juan Manuel de Rosas, Bs.As., Emecé, 1984.

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