José de San Martín era un gran lector. Había formado una importante biblioteca que trajo consigo cuando arribó al puerto de Buenos Aires en 1812 y que lo acompañó en su estadía en Mendoza, donde fundó una biblioteca pública con parte de su colección. Llevó al cruce centenares de ejemplares, y entre las disposiciones de entrenamiento de su ejército estaba la alfabetización. Ya en Chile, destinó un premio de 10.000 pesos, otorgado por el Cabildo de Santiago por la victoria de Chacabuco, a la fundación de la biblioteca pública.
En aquella ocasión, el Libertador dijo: “Las bibliotecas, destinadas a la educación universal, son más poderosas que nuestros ejércitos para sostener la independencia”.
Años más tarde, tras proclamar la independencia del Perú y asumir el cargo de protector, fundó la Biblioteca Nacional de Lima. Brindó entonces un inolvidable discurso en el que señaló: “Los días de estreno de los establecimientos de ilustración son tan luctuosos para los tiranos como plausibles para los amantes de la libertad. Ellos establecen en el mundo literario las épocas de los progresos del espíritu, a los que se debe en la mayor parte la conservación de los derechos de los pueblos. La Biblioteca Nacional es una de las obras emprendidas que prometen más ventajas a la causa americana. Todo hombre que desee saber puede instruirse gratuitamente en cuanto ramo y materia le convenga”. 1
Como todo lector prolijo, realizó un inventario de aquellos volúmenes en un cuaderno. Los primeros libros de la biblioteca limeña fueron los suyos.
El inventario, que detallaba el contenido de once cajones, menciona 276 obras, con unos 745 volúmenes, además de 76 mapas, cartas y planos cartográficos, y más de un centenar de cuadernos en blanco. Como señalaba Adolfo Espíndola, 192 obras (alrededor del 70 por ciento del total) estaban escritas en francés, 78 en castellano, 3 en portugués, 2 en inglés y 1 en latín,2 lo que muestra con bastante claridad cuál era la formación cultural de San Martín. Solo el 20 por ciento del total pueden considerarse escritos netamente de formación militar, mientras que el 80 por ciento restante se refiere a historia, geografía, relatos de viajes, obras literarias y filosóficas, de agricultura, arquitectura, ingeniería y artes y oficios vinculados a la producción, entre otras áreas del saber. Varios volúmenes de la famosa enciclopedia de D’Alembert y Diderot, incluidos varios de planchas de grabados, hablan de su formación “ilustrada”, y la variedad de temas pinta las características de un ávido lector con múltiples intereses culturales y una formación principalmente autodidacta.
Lamentablemente, esos libros se perdieron por el incendio que sufrió la Biblioteca de Lima en mayo de 1943.
Cuando marchaba desde París hacia Gran Bretaña en 1848, al llegar a Boulogne Sur Mer, el director de la biblioteca pública local le ofreció alquilarle, a un precio simbólico, dos departamentos en lo alto de la “librería”, como se decía entonces. San Martín aceptó, pero como a Borges, le llegaron juntos los libros y la noche, porque a los pocos meses fracasó una operación de cataratas y quedó ciego. Su amada hija Mercedes le leería diariamente sus libros preferidos, la correspondencia y los periódicos locales de su querido país.
1 “Decreto del Protector de la Libertad del Perú, José de San Martín, fijando la fecha de los actos de inauguración de la Biblioteca Nacional de Lima, Lima, 14 de septiembre de 1822”, en Biblioteca de Mayo, tomo citado en las notas anteriores.
2 Adolfo S. Espíndola, El Libertador y el libro, s/e, Buenos Aires, 1950