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La novia del plata

Él era escocés; y ella, inglesa. Sin embargo, se conocieron en estas lejanas tierras, donde los unió un amor que terminó trágicamente. 

Francisco Drummond había nacido en Escocia, en 1803, en una familia vinculada a la nobleza. Llegó a las costas de América del Sur para participar en las luchas de Brasil por su independencia, hasta que en 1826 se trasladó a Buenos Aires, donde se incorporó a la joven armada nacional que comandaba el almirante Guillermo Brown.

Elisa Brown había nacido en Inglaterra, en octubre de 1810, pero había llegado a Buenos Aires con apenas tres años, cuando su padre, el almirante Brown, decidió traer a la familia e instalarla en el barrio sureño de Barracas. Allí hizo construir una lujosa residencia que fue conocida como “Casa Amarilla”, donde Elisa creció haciendo las labores de aguja que le enseñó su madre y también, algo no tan habitual, oficiando de asistente de su padre.

Fue en Casa Amarilla donde Elisa, de 16 años, y Francisco, oficial a las órdenes de su padre y siete años mayor, se conocieron y enamoraron. Fue un amor aceptado por la familia, que pronto se transformó en un noviazgo con paseos bajo los álamos, besos robados y el compromiso de casarse. Pero la guerra con el Brasil, que se había iniciado en 1825, aplazó los planes de boda hasta el regreso de Francisco de su misión militar. 

El 6 de abril de 1827 el joven marchó a combate con la flota de Brown, hasta que en el combate naval de Monte Santiago se produjo una lucha encarnizada y por demás despareja: cuatro naves argentinas contra dieciséis brasileñas. Drummond, que estaba al mando del bergantín Independencia, perdió la mitad de sus hombres y se quedó sin municiones ni posibilidades de seguir combatiendo, por lo que Brown le ordenó que abandonara el navío con el resto de la dotación. Drummond primero desobedeció la orden y luego, cuando no hubo nada más que hacer, lo abandonó, pero para ir con otra embarcación hasta la goleta Sarandí, donde siguió luchando como el más bravo hasta que un proyectil lo alcanzó y lo hirió de muerte. Con su último aliento, pidió que le entregaran a su amada Elisa el anillo que guardaba para su boda. 

Las crónicas cuentan que Francisco fue velado al día siguiente y enterrado en el cementerio del Socorro, cercano a la iglesia del mismo nombre. También que el almirante Brown llegó a su casa, abrazó a su hija y le entregó el anillo que le había dejado su novio. 

Ocho meses más tarde, el 27 de diciembre de 1827, hacía mucho calor y Elisa fue hasta la orilla del Río de la Plata para sumergirse en sus aguas, en las que encontraría la muerte. 

La versión popular y romántica dice que se había puesto el traje de novia que había seguido bordando con esmero incluso después de la muerte de su novio, que el 27 de diciembre era la fecha que habían marcado para su boda y que se suicidó por amor.

La versión oficial afirma que fue un trágico accidente, que Elisa se fue a bañar y se ahogó en el río al no hacer pie en uno de los pozos de la costa. Esta versión fue la que le permitió ser enterrada junto a su amado Francisco y que le hayan podido rendir honores religiosos, en un tiempo en que la iglesia condenaba a los suicidas.

Los periódicos de la época describen el funeral como “un espectáculo impresionante”, que congregó un numeroso público que dio profundas muestras de dolor. Un artículo dedicado a su memoria remataba con un verso tomado del Hamlet de Shakespeare: “Que las violetas crezcan y florezcan” de su cuerpo.

Los vecinos de Barracas aún mencionan el fantasma de Elisa Brown: una niña vestida de novia que en las noches de luna llena se pasea a orillas del río arrastrando su hermoso traje por la arena.

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