Ilustración: Pini Arpino
Dicen que todo empezó el 12 de agosto de 1806, cuando Santiago Liniers, el héroe de las invasiones inglesas y que había sido convertido en virrey por decisión de los “vecinos”, desfilaba con su ejército. Parece que alguien arrojó a sus pies un pañuelo como homenaje al vencedor, Liniers lo recogió con su espada y al contestar el saludo pudo ver a la bella Anita.
Anita era en verdad Marie Anne Périchon de Vandeuil, más recordada luego como la “Perichona”. Había nacido en 1775, en la isla de Reunión, en el océano Índico, y llegado a Buenos Aires en 1797 con Thomas O’Gorman, su marido, con el que se había casado muy joven. Él era un oficial irlandés al servicio de Francia; y ella, una joven perteneciente a una familia de la elite colonial francesa.
A poco de llegar, Tomás castellanizó su nombre y compró campos, aunque también cometió el error de colaborar con el enemigo inglés, lo que le costó primero la cárcel y finalmente la expulsión del virreinato.
Anita se quedó y no solo eso, sino que inició una relación muy fogosa con Liniers que por esos días fue el escándalo de la ciudad. En parte, porque a sus 31 años ya no era considerada una jovencita y se suponía que una “señora” debía ser mucho más discreta. También porque puso en práctica y perfeccionó las artes que eran habituales en las mujeres de su época y su entorno. Ya que si bien ellas no participaban en forma directa de la vida política, desde sus ámbitos domésticos movían los hilos de las relaciones familiares para obtener cargos o “favores” para sus maridos e hijos.
“Madama O’Gorman” o la “virreina” se instaló en casa de Liniers, se movía con una escolta, y para horror de las damas porteñas, llegó a usar uniforme militar y pasearse montada a caballo. Aunque lo más irritante para la sociedad era el rumor de que a través de ella se realizaban excelentes negocios y que ella dirigía a su antojo la voluntad del virrey.
Cuando Napoleón decidió apoderarse de España y entronizar a su hermano José, Liniers y Anita fueron atacados por su condición de franceses. Liniers resistió esos embates hasta que su hija quiso casarse con el hermano menor de Anita. Esto fue demasiado para el virrey, quien acusó a su amante de reunir a conspiradores en las tertulias de su casa y la expulsó a Río de Janeiro.
En su nuevo destino, Anita prosiguió con sus tertulias, que reunían a conspiradores rioplatenses, británicos y portugueses. También se hizo de un nuevo protector y amante: nada menos que lord Strangford, el representante británico ante la corte portuguesa en Río. Esto no le gustó ni un poco a la princesa Carlota Joaquina de Borbón, hermana del rey Fernando VII y mujer del príncipe regente de Portugal, quien quería ostentar la corona de intrigante y en 1809 decidió expulsar a doña Anita.
Las autoridades españolas de Montevideo y de Buenos Aires le negaron el permiso para desembarcar y tuvo que esperar a que luego de la Revolución de Mayo la Junta decretase que “madame O’Gorman podía bajar a tierra con la condición de que se estableciese lejos de la ciudad, en la chacra de La Matanza”.
Anita permaneció encerrada en la estancia familiar los restantes treinta años de su vida, mientras se casaban sus hijos y nacían sus numerosos nietos. Entre ellos, la también célebre Camila O’Gorman.