Los poetas y los niños suelen eludir aquello que les afecta; su sensibilidad se mantiene a salvo mientras eviten exponerse a lo que incomoda.
Esta referencia se vincula con el turbulento regreso a la “normalidad” pospandémica, plagado de ejemplos de cómo escapan los chicos y las chicas de una realidad compleja y desafiante.
Una manera de no “mirar” es refugiarse en la tecnología. Este hábito fue estimulado durante el confinamiento social y provocó no solo mayor tiempo de exposición de niñas, niños y adolescentes a pantallas, sino una notable reducción en la edad de inicio del hábito.
En 2020, la Organización Mundial de la Salud advirtió que en 2050 “una de cada dos personas en el mundo será miope”, y que de mantenerse escenarios sanitarios complejos, “se podrían acelerar estas proyecciones como resultado de la masificación del uso de dispositivos tecnológicos”.
Si bien este año los escolares recuperaron escolaridad presencial, el uso sigue siendo desmedido, con la consecuente reducción de exposición a la luz natural.
Ambos factores se combinan para causar esta inédita epidemia de trastornos visuales: miopía precoz, cansancio visual inédito y “ojo seco”.
La miopía es la dificultad para enfocar con nitidez objetos distantes. Su incidencia poblacional –anterior a la pandemia y en menores de 17 años– era de 22 por ciento; luego de ella, un informe nacional afirma que aumentó hasta el 42 por ciento.
La fatiga ocular y el llamado “ojo seco” eran hasta poco tiempo afecciones propias de adultos. Los síntomas predominantes de cansancio son cefalea frontal y ardor ocular, mientras que el “ojo seco” es una inflamación originada por menor humedad de la superficie ocular. Cuando se pasan largos períodos frente a pantallas y con menor frecuencia de parpadeo se reduce la humedad en la superficie ocular.
Las sensaciones son de tener “arena”, ardor y picazón, lo que lleva a frotarse los ojos y a empeorar las molestias. Detectado a tiempo, el trastorno es reversible, aunque puede persistir en aquellos niños con algún tipo de alergia.
La prevención es posible con medidas concretas.
“Niños y niñas deberían transcurrir la mayor parte de sus infancias al aire libre y con luz natural”.
Una es ajustar la resolución, el contraste y el brillo de la pantalla a los mínimos disponibles en el dispositivo. Otra es utilizar fuentes de iluminación lateral. Apenas con esto el cansancio suele disminuir de inmediato.
Tal vez lo difícil de implementar es reducir los tiempos de exposición. Una propuesta de los especialistas es la regla 20-20-20: cada 20 minutos la persona debe alejarse de la pantalla y enfocar algún objeto más allá de los 20 metros y por 20 segundos. La estrategia intenta mantener activos los mecanismos de enfoque ocular interrumpiendo la fijación sostenida.
Y apelando al sentido común, niños y niñas deberían transcurrir la mayor parte de sus infancias al aire libre y con luz natural, sin pelear cotidianamente por “un ratito más”.
Cuando lo anterior no alcanza, oftalmólogos pediatras recomendarán lentes de protección, gotas oculares y una dieta favorable, rica en frutas, hortalizas y verduras.
Pero más allá de racionales explicaciones médicas: ¿es esta epidemia de problemas visuales una manera particular de los chicos de no querer ver una incómoda realidad?