Tenía de Polaco solo el color de pelo este descendiente de navarros que nos traía, a los que nos gusta la historia, recuerdos de un general español, de los “realistas” de nuestras guerras de independencia.
Su garganta con arena empezó a hacerse oír en los colectivos de la línea 19 que manejaba, y bajo la inspiración de alguna calcomanía de “el mudo” Carlitos Gardel, ensayaba bajo el oído desconcertado y halagado de los 22 pasajeros sentados, como decía el cartelito obligatorio que no ponía límite a los parados y colgados de donde fuese. No había maquinitas; y Roberto preguntaba hasta dónde iban, cortaba boletos, daba vueltos y se acordaba de avisarle a la niña, al muchachito o a la abuela que debían bajar en la esquina desconocida. Ah, y además manejaba, claro. Y entre parada y parada, se largaba un tanguito y cosechaba sus primeros aplausos. Después manejó un taxi, donde el concierto se hacía más íntimo; y ejerció como mecánico, donde los martillazos dificultaban la audición. Era mediados de la década del 40, el tango comenzaba a vivir su etapa de las grandes orquestas y se enteró por el diario de que había un concurso en el Club Federal Argentino en el que se buscaban “voces nuevas”. Le fue muy bien y fue por más hasta ser aceptado en la orquesta de Raúl Kaplún cuando apenas había cumplido los 18 años.
Como le gustaba decir a él, hincha fanático de Platense, el “golazo” vino cuando se convirtió en uno de los cantantes de la formación del genial Horacio Salgán. Allí compartía el rol con Ángel Díaz, quien lo bautizó para siempre como “El Polaco”. Entonces empezó a grabar para RCA Víctor éxitos como Siga el corso, y las radios comenzaron a difundir su estilo decidor, tan personal y único.
A mediados de los 50 cumplió el sueño de ser el cantante de la orquesta de su admirado y querido Aníbal “Pichuco” Troilo, con quien llegaría a grabar decenas de temas. El “gordo” lo quería tanto y era tan generoso que, sabiendo que perdía un baluarte, lo impulsó a seguir su carrera como solista, acompañado por grandes músicos como Armando Cupo, Mario Monteleone y Luis Stazo. De aquel año 1963 nos han quedado maravillosas grabaciones como Frente al mar y Qué falta que me hacés.
Entre fines de los 60 y comienzos de los 70 grabó sus maravillosas versiones de Afiches y Malena.
Quedó para la historia su versión de 1969 de Balada para un loco de Piazzolla y Ferrer.
Por aquellos años viajaría a los Estados Unidos, donde grabaría tangos clásicos como Volver, de Gardel y Lepera; Sur, de Homero Manzi; y el gran tema campero de Atahualpa Yupanqui, Los ejes de mi carreta.
En 1982 se dio el gusto de cantar con el quinteto de Astor en una temporada en el Regina.
Tras un breve paso televisivo en programas junto a Jorge Porcel, Pino Solanas lo convocó para actuar y cantar en su recordada película Sur.
Siguieron actuaciones junto a su querido Rubén Juárez y la Gata Adriana Varela. Hasta que el 27 de agosto de 1994 se nos fue más allá del sur y de la inundación, quizá buscando a Malena.
Hoy la tribuna popular de la cancha de Platense lleva su nombre, también una avenida y la estación del Ferrocarril Mitre de su querido barrio de Saavedra.
El Polaco impuso un estilo único, y como decía Gardel de sí mismo, no cantaba los tangos, los interpretaba, pasaban a través de él y nos los traducía con toda su magia; claro que, como le pasaba al mudo, algo se le quedaba dentro, esa magia intransferible.