ILUSTRACIÓN: PINI ARPINO.
Tras la derrota de los patriotas chilenos en Rancagua el 2 de octubre de 1814, una de las preocupaciones del recientemente designado gobernador de Cuyo, José de San Martín, fue establecer un eficaz sistema de información sobre la marcha de los acontecimientos en Chile, combinado con su contracara: la desinformación del enemigo sobre las propias acciones. Para ello organizó una verdadera red de espionaje y contraespionaje en la que no faltaron las operaciones de acción psicológica, haciendo circular la mayor cantidad posible de información falsa.
El cuartel general de los espías funcionaba en Mendoza, donde se recibía la información de las casas operativas ubicadas en localidades claves en Chile, en general propiedades de vecinos que tenían muy buena imagen ante las autoridades españolas.
Las mujeres fueron muy importantes en la guerra de zapa, destacándose entre ellas la agente conocida con el seudónimo de la “Chingolito”, que llegó a infiltrarse en la intimidad de la máxima autoridad española de Chile, Casimiro Marcó del Pont, y convertirse en su amante. La información aportada por ella fue valiosísima y logró transmitirle al jefe español datos falsos que lo llevaron a tomar algunas de las decisiones militares equivocadas que necesitaba San Martín.
Los mensajes se enviaban escritos en tinta invisible elaborada en base a limón que se hacía legible al calor de una vela o se escribían en códigos numéricos.
“El riesgo para las espías era muy grande, dado el salvajismo del Tribunal de Vigilancia”.
La red de espionaje se valió tanto del sistema celular como del radial. Por el primero obtenía en zonas amplias geográficamente y densamente pobladas información determinante sobre los planes y movimientos del ejército español. Se componía de pequeños grupos o células que operaban desde casas seguras y reportaban a un superior que a su vez transmitía la información. El sistema radial se utilizaba para observar y analizar las zonas de posibles combates, como por ejemplo la cuesta de Chacabuco que fue atentamente estudiada por el agente Juan Pablo Ramírez, quien pudo reportar detalles valiosísimos antes del inicio del cruce de los Andes.
Se recuerdan los nombres de espías como Mercedes Sánchez, Eulalia Calderón, quien pasaba datos desde las postas, y Carmen Ureta, quien tras la victoria patriota fue condecorada por el nuevo gobierno de Chile.
El riesgo para las espías era muy grande, dado el salvajismo del tristemente célebre Tribunal de Vigilancia. Tras una paciente tarea de inteligencia, San Martín pudo detectar que el jefe de los espías del jefe español de Chile en Mendoza era el sacerdote Pedro López y logró identificar quiénes trabajaban para él. Algunos fueron detenidos y otros convencidos u obligados, según los casos, a convertirse en agentes dobles que pasaban detallados informes a Marcó del Pont. Lo que este no sabía era que esos tan exhaustivos informes sobre los planes, la cantidad de tropas y armas, los pasos cordilleranos elegidos para el cruce eran absolutamente falsos y estaban redactados nada menos que por el propio San Martín.