ILUSTRACIÓN: PINI ARPINO.
La viruela fue una pandemia que asoló al mundo desde tiempos remotos. Hubo grandes pestes en China, Grecia y Roma. Devastó a toda Europa durante la Edad Media, y los conquistadores españoles la trajeron a América causando estragos entre la población nativa. Los chinos fueron pioneros en la tarea de combatir esta tremenda enfermedad. El método fue sufriendo modificaciones en su viaje de China a Turquía. Por aquellos primeros años del siglo XVIII, la práctica consistía en la aplicación del pus de personas levemente enfermas en incisiones practicadas en el brazo del paciente. Así lo conoció Lady Mary Montagu, esposa del embajador británico que había perdido un hermano con la pandemia y ella misma había quedado desfigurada. Se interesó por el tema y llevó la novedad a Londres, donde gracias a sus contactos, logró que la Sociedad Científica aceptara inocular públicamente a su hija Mary el 11 de mayo de 1721. La práctica fue un éxito y se difundió rápidamente, particularmente cuando la princesa de Gales hizo vacunar a sus dos hijas, Amelia y Carolina, y en los Estados Unidos George Washington hizo lo propio con toda su tropa.
Años más tarde, un joven médico llamado Edward Jenner observó que las lecheras no contraían la viruela y que solo padecían unas pústulas en sus manos. Terminó descubriendo que transitaban la viruela vacuna, mucho más leve que la humana. Decidió inocular al hijo de su jardinero, James Phipps, de 8 años, con el pus de una lechera llamada Sarah Nelme. El niño enfermó levemente durante unos días. Cuando sanó, Jenner le aplicó el pus de un paciente de viruela humana y el niño permaneció inmune.
“En Buenos Aires, ya en 1784, el doctor O’Gorman había realizado la primera variolización”.
La flamante vacuna se extendió por el mundo. En 1800 llegó a España, y el médico personal del rey Carlos IV, Francisco Balmis, le sugirió organizar una “expedición filantrópica de la vacuna” para llevarla a América, que padecía endémicamente la viruela. Así partió el 30 de noviembre de 1803 del puerto de La Coruña a bordo de la corbeta María Pita esta curiosa expedición con 4 médicos, 3 enfermeros y 22 niños huérfanos que serían los portadores de las pústulas de viruela vacuna. Al frente estarían Balmis y su colega Salvani. Recorrieron Canarias y gran parte de América, Filipinas y China. En cada lugar dejaban constituidas las juntas de las vacunas, avalados por los respectivos virreyes y capitanes generales. Ninguno de los 22 niños volvió a su Coruña natal. Fueron alojados en asilos americanos o adoptados por familias locales. En algunos casos, como en México, Balmis quedó sorprendido al notar que el método ya se estaba aplicando. Esto tenía que ver con el activo contrabando y el tráfico que también traía las novedades médicas. Así había ocurrido en Buenos Aires, donde ya en 1784 el doctor O’Gorman había realizado la primera variolización. En 1804, durante una gran epidemia, el doctor Cosme Argerich y el sacerdote Saturnino Segurola se convirtieron en los principales promotores de la vacuna. Segurola vacunaba los jueves bajo un árbol en la quinta de su hermano, en la actual esquina de Puan y Fernández Moreno. El sacerdote, muy poco reconocido localmente, fue distinguido por el propio Jenner y su Sociedad Janneriana como “el gran vacunador”.