Carmen Puch había nacido en 1797 y era hija de un español de fortuna, que adhirió a la causa revolucionaria donando casi todos sus caballos a “Los Infernales”. Él, Martín Miguel de Güemes, era el comandante de este ejército de héroes gauchos, y por eso es lógico que, incluso antes de conocerlo, Carmencita lo admirara. La que ofició de celestina y los presentó fue Macacha Güemes, apenas se enteró de que su hermano había roto su compromiso con su novia, Juana María Saravia. Eran épocas de guerra, y el amor entre Carmen y Martín fue igual de intenso. Se casaron enseguida, en 1815, a dos meses de que Güemes fuese nombrado gobernador. Ella tenía 18 años y él pisaba los 30. La boda entre el hombre de coraje legendario, que acababa de ser ascendido a teniente coronel por el General San Martín, y la belleza de pelo rubio, se celebró en la catedral de Salta y se festejó en la ciudad y en la provincia entera durante varios días. Dos años más tarde, comenzaron a nacer los hijos: Martín del Milagro, que luego fue gobernador de Salta; Luis e Ignacio, a quien Güemes nunca llegó a conocer. Es que por entonces, la vida en el norte del país era muy agitada y los enemigos del general gaucho, muy poderosos. Carmen tuvo que cambiar varias veces de residencia para proteger la seguridad de su familia. En su desesperación por quebrar a Güemes –que ya habían comprobado que era imposible de sobornar–, los realistas llegaron a planificar el secuestro de Carmen y sus hijos con el propósito de extorsionarlo. Embarazada de ocho meses, la mujer no dudó en cargar al pequeño Martín de tres años y a su bebé Luisito de un año, para hacer un peligrosísimo viaje a caballo hasta una estancia de su padre en Rosario de la Frontera.
“La vida en el norte era muy agitada y los enemigos del general gaucho, muy poderosos”.
Hasta allí le llegaban las cartas que Martín le escribía cada día y que le enviaba con un mensajero. En la última que pudo escribirle le decía: “Mi idolatrada Carmen mía: Es tanto lo que tengo que hacer que no puedo escribirte como quisiera, pero no tengas cuidado de nada, pronto concluiremos esto y te daré a ti y a mis hijitos mil besos, tu invariable Martín”. Pero los esposos nunca pudieron darse ni uno solo de todos esos besos, porque el 7 de junio de 1821 los realistas le tendieron una emboscada a Güemes y lo hirieron de muerte. En una agonía que duró diez días, dicen que pensando en su Carmencita llegó a decir: “Ella vendrá conmigo y morirá de mi muerte como ha vivido de mi vida”. Lo de Güemes fue casi una premonición, porque al enterarse del asesinato de su marido, Carmencita entró en una depresión que se transformó en terminal cuando también su tercer hijito Ignacio murió a los pocos días, antes de cumplir un año. Los dichos populares cuentan que la muchacha decidió encerrarse en una habitación en casa de los Puch, que se cortó su rubia cabellera, cubrió su cara con un velo negro y se instaló en el rincón más oscuro. Sin escuchar los ruegos de su padre y sus hermanos, finalmente murió de pena diez meses después que su amado, el 3 de abril de 1822.