ILUSTRACIÓN: PINI ARPINO.
“Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres”, con estas palabras sentenció Gabriel García Márquez a la letra hache en el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española.
Podemos discutir largas horas sobre este tema. Podemos estar más o menos de acuerdo con el escritor de Cien años de soledad. Podemos ser más ortodoxos con las normas o más disidentes. Lo cierto es que siempre que se rompe una regla es necesario saber lo que se está haciendo, para que ese sea el acto de rebeldía y no un error simplón.
Así, la intención de esta columna será simplemente explicar de dónde viene esta letra sin sonido en nuestro idioma y qué función tiene, y que las conclusiones queden por parte de los lectores.
En el plano etimológico, vemos reflejada la historia de la lengua que empleamos cotidianamente. Y en este sentido, siempre podemos encontrar la huella del latín en nuestro idioma: empleamos la hache inicial procedente de la antigua aspiración de la efe inicial latina ante vocal: “hijo” (del lat. filius), “hacer” (del lat. facěre).
Del mismo modo, el mozárabe también dejó su marca. Aquel sonido aspirado, propio de este idioma, llegó en la transcripción al español de la mano de la hache: “almohadón”, “zanahoria”, “alhelí”.
“Nuestra intención será simplemente explicar de dónde viene esta letra sin sonido en nuestro idioma y qué función tiene”.
La etimología también explica las haches que aparecen al inicio de voces formadas por prefijos de origen griego. En este idioma, existen los espíritus (suave y áspero), signos que se colocan sobre las vocales. El espíritu suave (’) no tiene sonido, y el áspero (‘) se pronuncia con una leve aspiración (como una “h” inglesa). Aquellos términos que derivan de palabras con espíritu áspero nos llegan con “h” inicial. Por ejemplo, de híppos: “caballo” (en griego no lleva “h”, sino espíritu áspero) deriva “hípico”.
Por su parte, también existe un importante grupo de haches que no responde a razones etimológicas, sino a cuestiones históricas afianzadas por el uso, como por ejemplo, la “h” que se escribe generalmente delante de los diptongos /ua/, /ue/, /ui/, tanto al comienzo de la palabra como al comienzo de una sílaba intermedia (“huelga”, “huevo”, “huir”, “deshuesar”, “vihuela”). Este caso en particular tiene su explicación en la antigua costumbre de indicar con la letra hache que la “u” era vocal y no consonante, pues se inició en épocas en la que los grafemas “u” y “v” no estaban claramente diferenciados.
Ahora bien, en nuestro idioma empleamos varias palabras que se pronuncian con una hache aspirada, como hall, hippie, hockey. En algunos casos, la Real Academia Española ha luchado contra estos extranjerismos y ha ofrecido reemplazos por términos en español –“vestidor” por hall– o castellanizaciones –“jipi” por hippie–. Pero de más está decir que no ha tenido suerte con sus propuestas.
En la vereda de la función que cumple esta letra en nuestro idioma, encontramos el valor diacrítico (es decir, permite distinguir el significado de una palabra según su grafía). De este modo, gracias a la “h” podemos diferenciar “hasta” (conjunción) de “asta” (cuerno), “hato” (conjunto de personas o cosas) de “ato” (de atar: unir).