ILUSTRACIÓN: PINI ARPINO
Eloísa María Dolores Juana de la Santísima Trinidad D’Herbil de Silva nació en el Cádiz el 22 de enero de 1842, en el seno de una familia de renombre de esas a las que llamaban “nobles”. Era hija del marqués de Saint Thomas, José D’Herbil, y de la duquesa portuguesa Raquel Ángel de Cadia. Desde niña mostró mucho interés por la música y su papá contrató nada menos que a Franz Liszt como profesor de piano. Este, viendo los avances de la pequeña, no dudó en llamarla “la Chopin con faldas”.
Su carrera artística comenzó a los 8 años, cuando asombró a la reina Victoria y su marido, el príncipe Alberto. A los 13, dio su primer recital en el Teatro Real de Madrid. Recorrió Europa y recibió críticas elogiosas de periódicos como El Correo Universal, de Madrid; The Albión y The Times, de Londres; y Le Moniteur Universel, de París. El célebre poeta Gustavo Adolfo Becquer le dedicó su balada A Eloísa.
La prensa madrileña decía: “Eloísa D’Herbil reúne las cualidades necesarias para llegar a ocupar un día un puesto distinguido entre las eminencias artísticas: una memoria feliz, agilidad, limpieza y precisión en la manera de ejecutar, y, sobre todo, el acento particular que imprime a los cantos y la claridad con la que los distingue de los acompañamientos”.
A los 18 años acompañó a su padre a Cuba, que se radicó allí para atender sus haciendas azucareras. Eloísa se enamoró de la isla, de sus habitantes y su música, en particular de la habanera. Profundizó sus estudios musicales con el pianista norteamericano Louis Moreau Gottschalk y dio un concierto junto a él en 1861. Siete años más tarde, lo acompañó a Buenos Aires y en el viaje conoció a quien sería su marido, el acaudalado rematador uruguayo Federico de Silva, con quien luego se instaló en la gran capital del Plata, donde entabló vínculos con Domingo Sarmiento, Bartolomé Mitre y Carlos Guido y Spano.
El 10 de agosto de 1872 se realizó un festival benéfico en el viejo Teatro Colón, ubicado frente a la Plaza de Mayo, en el que Eloísa estrenó su habanera Vente a Buenos Aires, que se convertiría en un gran éxito. También compuso con letra de Guido Spano Rayo de luna y Los barqueros, musicalizando rimas de Gustavo Adolfo Bécquer.
UNA PASIÓN
Toda su sabiduría autoral e interpretativa la volcó en una música que la apasionó, el tango. Fue autora de más de cien, muchos de ellos con letras lunfardas y de temática “poco adecuada” para una señora de la sociedad. Eloísa fue una mujer extraordinariamente valiente que se animó a llevar a los círculos aristocráticos esa música incorrecta. Llevó sus composiciones y las de los demás. Entre las propias, resaltaban El Maco, El Gieco, ¡Che, no calotiés!, Calote, La multa, Y a mí qué, Por la calle de Arenales, Yo soy la rubia, El mozo rubio y Que sí que no.
En 1887, el presidente Sarmiento la presentó en un concierto a beneficio de las víctimas de la epidemia de cólera y en 1934 se le encargó la composición del himno del Congreso Eucarístico que presidió el cardenal Pacelli, el futuro papa Pío XII. Fue madre de tres hijos. Murió en Buenos Aires el 22 de junio de 1943, a los 101 años.