En varias ocasiones nos hemos referido aquí a la importancia del libro y de la lectura. También comentamos las dificultades que enfrentan los jóvenes argentinos que terminan la educación secundaria para comprender un texto: casi la mitad de ellos son incapaces de hacerlo, confirmando el fracaso de nuestra educación. Además, solo completa el secundario el 50 por ciento de quienes ingresan a la primaria, lo que define la seriedad del problema, que, si bien no es exclusivo de nuestro país, adquiere entre nosotros especial gravedad.
Frente a esta situación de desinterés generalizado por la lectura, ha resultado llamativo el éxito que ha tenido en España El infinito en un junco, un libro dedicado a relatar, precisamente, la historia del libro y la lectura. Se ha afirmado que ese libro, del que es autora la profesora Inés Vallejo, “es un recorrido apasionado y humanista por los laberintos de la palabra y las rutas por las que los libros, en su fragilidad, han conseguido sobrevivir a la destrucción”. Fernando Aramburu, exitoso escritor español, ha dicho sobre la obra: “Este libro es una de las cosas más bonitas, amenas, instructivas y bien escritas que he leído y disfrutado en muchos años. Es grato comprobar que se premia el mérito”.
Esta introducción pretende situar a un párrafo de ese libro entre muchos especialmente sugestivos. Afirma: “El oficio de pensar el mundo existe gracias a los libros y la lectura, es decir, cuando podemos ver las palabras, y reflexionar despacio sobre ellas, en lugar de solo oírlas”. Vallejo plantea con agudeza la situación actual. Solo oímos fugazmente las palabras, no las vemos, y, por lo tanto, nos resulta difícil reflexionar sobre ellas. Nos rodea la volatilidad, esas palabras que oímos huyen rápidamente.
“Detenernos a leer es suspender el tiempo y poner en juego todo nuestro ser al concentrar la atención”.
Pero necesitamos familiarizarnos también con lo que permanece, las palabras que, al ser vistas, nos permiten reflexionar. Y además, hacerlo despacio. Es en esa lentitud donde encontramos la clave. Porque la reflexión se hace en el tiempo lento de lo humano, ese al que nos hemos referido en ocasiones anteriores. La lectura estimula precisamente la frecuentación de ese tiempo lento vinculado a la reflexión, al estímulo de la imaginación, ambas cualidades inseparables de nuestra condición humana. El desarrollo de la paciencia y de la concentración que estimula la lectura profunda es crucial, porque esas capacidades generan grandes beneficios que recogemos durante nuestras vidas. El conocimiento causal resulta del esfuerzo continuado y del mantenimiento de la atención, conductas que son las que estimula la lectura.
Detenernos a leer es suspender el tiempo y poner en juego todo nuestro ser al concentrar la atención. Y esto es lo que hacen los creadores: artistas y científicos imaginan y reflexionan, lo que supone habitar ese tiempo lento del que surge la creación. Nuestros chicos y jóvenes tienen el derecho de ser introducidos a ese tiempo, tan distinto del vertiginoso entorno en el que hoy se ven impulsados a vivir. Hasta las herramientas que los fuerzan a hacerlo con esa velocidad han sido concebidas en el tiempo lento. Y los recién llegados tienen derecho a intentar ser creadores y no solo consumidores. De allí la importancia del libro y de la lectura.