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Para comprender toda la historia

El anciano, el libertador, se mantiene erguido en su sillón de paño. Resiste en silencio los dolores que en estas, sus últimas semanas, han aumentado.

Tras un velo opaco adivina la figura de su hija, que no deja de leer para él. El frío de la costa francesa los reúne frente al hogar, con mantas y fricciones de linóleo.

Al anciano, al general, le duelen los huesos y los recuerdos. Desde hace tiempo no pasea por el boulevard arbolado; ahora dedica sus días a descansar y a recibir las cada vez más fatigosas visitas. Personas que lo saludan de modo reverente y hablan con impostada lentitud. “Pobres –piensa–, no adivinan la gran diferencia entre un hasta pronto y un adiós”.

Pero el comandante, el gran jefe, no deja de responder con letra temblorosa cada carta enviada por su amigo, quien le informa sin dobleces cómo se desgarra el destino de la patria.

Por momentos se recuerda como gobernador de Cuyo; uno que a fuerza de arengas y de quimeras ha conseguido reclutar a más de cuatro mil hombres. Son soldados y oficiales que comprenden el valor de marchar a su lado, aunque ignoran que pronto serán parte de una epopeya.

“Una de las hipótesis sobre las enfermedades sufridas por José de San Martín a lo largo de su vida señala la fiebre reumática”.

Estos (sus) milicianos se han entrenado en el carácter del jefe; en su rigor, en su extraña tonada y también en sus frecuentes ausencias, que no son sino lugares para ocultar sus sufrimientos. 

Algunos le han visto refugiarse en la tienda principal cuando la fatiga de pecho lo ahoga. Otros saben que en la capilla pasa largos momentos arrodillado, porque así alivia algunas crisis de aquel maldito reuma. Abusa del láudano, una mezcla de opio, azafrán, canela y clavo que los médicos indicaron “beber con prudencia”. 

El gobernador, el jefe del ejército de los Andes, finge no fatigarse ante los ataques de sangre; pero no consigue lidiar con las puntadas en la mano que le impiden redactar los últimos pedidos de ayuda al Directorio.

A veces el general recuerda su juventud en tierras europeas: un teniente joven, decidido a defender la corona de un rey acorralado por la horda napoleónica. Entrenado desde temprana edad en la milicia española; su destino inexorable, una vez que decidió jamás ser cura. 

Después de Bailén y de Albuera es devuelto a casa, el cuello surcado por cicatrices y escandalosamente flaco. Ya por entonces los dolores de coyunturas son cotidianos. 

Pero de todo se recupera. A su edad –ha escuchado– la inmortalidad existe.

Mientras reposa, el teniente se remonta a sus años de infancia en un pueblo del territorio virreinal; el destino de su padre andaluz, también militar. 

De aquel tiempo lejano resuena la historia familiar sobre unas violentas fiebres que casi lo matan. Entre aquellos recuerdos resaltan la angustia de su madre, que lo lava y lo besa; y los rezos del padre, que no habla.

Pero respiran los biógrafos: el niño se cura.

Supera las fiebres y la muerte. Pero no esquiva un derrotero de dolores, de hemorragias, de fatiga y de opio. Y de gloria.

——

Una de las hipótesis sobre las enfermedades sufridas por José de San Martín a lo largo de su vida señala la fiebre reumática. Una enfermedad que se activa por una infección infantil banal no tratada y provoca incontables secuelas. 

Nada como los primeros años para comprender toda la historia. 

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