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Las infancias cómodas

En el heterogéneo marco de las infancias y adolescencias argentinas actuales, un significativo porcentaje crece bajo condiciones de especial confort y comodidad, situación menos vinculada a sus posibilidades externas que a una actitud de imperiosa demanda y dependencia de los adultos. Son las llamadas “infancias cómodas”. 

Estos chicos y chicas representan el resultado de la fuerte crisis de autoridad por el desplazamiento hacia modalidades más flexibles de crianza y educación en las que la ausencia prolongada de padres y madres del hogar por razones laborales juega un rol fundamental.

En el mismo sentido, la drástica reducción del número de hijos por hogar determina que esos hijos cómodos concentren las naturales expectativas. 

Antes de instalarse la pandemia, los reencuentros entre padres e hijos (al final de prolongadas jornadas laborales y educativas) generaban conductas excluyentes: el insistente reclamo de los chicos por recuperar tiempo y el culposo impulso de los mayores por compensar lo adeudado. La combinación perfecta para una educación complaciente, un modo de relacionarse sin jerarquías familiares, sin límites y con la impostada necesidad de gratificar el tiempo disponible. 

Los chicos se adaptaron sin dudar: serían cómodos receptores de atenciones, regalos y permisos que, como prendas de canje, les aseguraban el amor, y desplegaban toda su inteligencia adaptativa para reclamar voz y voto en la mesa directiva familiar. 

Aunque de modo simplificado, así parece haberse gestado la caída de la autoridad adulta; por razones de reconstrucción familiar basada en el amor. 

“Uno de los efectos de la pandemia es la inédita re-unión de niños, niñas y adolescentes cómodos con sus cuidadores”.

La inseguridad ciudadana, en tanto, aportó su cuota. Los padres, temerosos de los peligros del “afuera”, pusieron su empeño en allanar el camino. La generación cómoda considera no haber nacido para utilizar el servicio público de transporte, para iniciar un trámite personal o para gestionar el cuidado de sus pertenencias. ¿Por qué lo haría?, si desde el inicio de su vida (y por su bien) algún adulto se encarga. 

Hay variantes en distintos estratos sociales; desde hogares humildes que entronizan a su bebé entre una multitud de peluches y estrategias domésticas para que “no llore”, hasta familias con pantallas en cada habitación, Play Station, tablets y casas de fin de semana. No obstante, algunos hábitos son comunes, como olvidar la toalla mojada en el piso, cuartos caóticos, útiles escolares descuidados o perdidos, y medias rotas por andar descalzos. 

Uno de los inesperados efectos de la pandemia es la inédita re-unión de niños, niñas y adolescentes cómodos con sus cuidadores; y la revisión de tareas que competen a cada uno por edad, capacidad y también por solidaridad. 

Algunos chicos han comenzado a colaborar con el orden hogareño. Otros, a comprender el desafío que afrontan sus mayores; y hasta algunos levantan la toalla mojada después del baño.

¿Debía ocurrir tremenda conmoción mundial para despertar a los cómodos?

¿No era suficiente con que se asomaran a la realidad de aquellos que carecen de tanto?

Tal vez las respuestas se insinúen en el inicio de esta columna: las infancias argentinas son diversas; tan heterogéneas como cada uno de sus integrantes. 

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