Los “escándalos” producidos en los bailes de carnaval en la Buenos Aires del último cuarto del siglo XVIII llegaron a los oídos del rey Carlos III, acercados por alcahuetes y aburridos que nunca faltan. Su “majestad” le pidió al virrey Vértiz y Salcedo que pusiera orden, y el hombre de las luminarias le contestó que como se bailaba en toda España, él creyó que la sana costumbre podría trasladarse a América sin mayores problemas y se quejó ante el rey: “(…) se puede sin violencia inferir que, bajo un aparente celo por la honra de Dios, se han propuesto los autores de dichas cartas ocultar los particulares fines que verdaderamente les influyen, siendo cierto que dedicado yo por preciso desempeño de mi obligación de evitar pecados públicos no he distinguido tanta depravación de costumbres”.
Y agregaba como muestra de su corrección, sin dejar de tirar una patadita en la enumeración, que había prohibido que a los baños públicos concurrieran “(…) promiscuamente clérigos, frailes, seculares, mujeres y personas de todas clases y sexos, destinando con separación lugares para unos y otros, y cuidando de su puntual observancia (1)”.
Pero el virrey no podía dejar de evitar los bailes de negros que preocupaban a la “gente decente”, porque los negros que armaban estos bailes, muy concurridos por blancas y blancos, no servían “a sus amos con fidelidad” y estaban “en una continua inquietud”, abandonaban “sus obligaciones” y no pensaban “en otra cosa sino en la hora de ir a bailar”.
“Las tertulias eran reuniones convocadas con una función cultural”.
En contraposición, la imitación de hábitos de una ciudad cortesana llevó a la costumbre de organizar reuniones en casas de las familias más ricas. Aunque es habitual que se las recuerde como “tertulias”, en realidad este nombre se aplicaba a un tipo en particular.
Las tertulias eran reuniones convocadas con una función cultural como la lectura, la interpretación de piezas musicales, las conversaciones sobre temas artísticos o de un interés especial para sus participantes. Pero también se realizaban saraos, encuentros en casas de “vecinos” que no tenían otra finalidad que la diversión, con baile, música y conversación.
Ya existía la rotation, ya que en una noche se podían recorrer varias tertulias, pero claro, eso lo podían hacer los varones solteros y las parejas legalmente constituidas. Mariquita Sánchez, hablando en nombre de las jóvenes de su edad, decía que la vida de la colonia era muy “triste y muy monótona”. Recién con la llegada de aires revolucionarios, lo que ocurriría a partir de las invasiones inglesas, las cosas empezarían a cambiar.
Desde 1808, se hicieron famosas las tertulias de su casa en calle Unquera, más conocida por todos como “del Empedrado” o “del Correo”, en la actual Florida al 200.
Aunque Mariquita en ningún escrito mencionó que haya sido allí donde se tocó por primera vez el Himno Nacional, la tradición lo quiere así y hasta le pone dos fechas posibles: 14 o 25 de mayo de 1813. En la instalación del episodio tuvo mucho que ver el cuadro de Pedro Subercaseaux pintado en 1910, basado en las Tradiciones argentinas de don Pastor Obligado.
- Carta del virrey Vértiz al rey, citada por Rómulo Zabala y Enrique de Gandía, Historia de la ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1937, tomo II, p. 288.L