Fernando Medeot
Familiero. Licenciado en Comunicación, publicitario, docente, agnóstico, soñador. Fanático
de Serrat, Federer, Benedetti y el buen cine
Creo en mi sombra, parida por la luz que recibe. Soy dueño de ella, la estiro, la achico, la piso, la llevo a todos lados.
Creo en todo lo que tenga luz y sombra como síntesis de nuestra propia existencia. El yin y el yang sumergidos en la oscura eternidad, recorriendo milenios en forma de postas. Creo en la verdad de los que menos tienen, en la fugacidad de sus sonrisas, en el sol interior que los guía para sobrevivir en medio de la desesperanza.
Creo en la naturaleza y sus leyes, las que nos empeñamos en torcer ocultando el sol todas las veces que podemos. Por eso, también creo en sus defectos, en la carpa de tres ojos que pescaron en el lago San Roque y en el chupacabras implacable de las sierras. Creo en el abatido tigre de Malasia, del cual quedan solo 600 ejemplares, en la ballena jorobada del Atlántico y sus 450 sobrevivientes, en nuestro refulgente yaguareté a punto de extinción.
Creo en el equilibrio que produce la muerte, porque llega a todos por igual, ricos y pobres, sanos y enfermos, implacablemente fría y certera. Sin concesiones, primero somos sol; luego, sombra. Creo en la felicidad de la eutanasia consentida, en la justicia de lo inevitable y en la ley de las compensaciones.
Creo en mis amigos. Son luz y son sombra. Me pertenecen, los llevo en mi vida. Me iluminan y me ensombrecen, me dan su sangre a través de un abrazo. Creo en los abrazos, en su capacidad de materializar emociones, en su virtud de dejar una marca que no se ve, pero no se va.
“Creo en todo lo que tenga luz y sombra como síntesis de nuestra propia existencia”.
Creo en la diversión de las almas, en el exterminio de las tristezas, en la perfidia de los cazadores, en la indulgencia de los cazados. Creo en la ametralladora a repetición de Diego Maradona, capaz de poblar el mundo, en las piernas cortas de Messi escapando de la guadaña de sus verdugos. Creo en el arte que derraman la pantalla del cine, el escenario de una obra de teatro y el lienzo virgen de un pintor primerizo. Creo en el cruce de piernas de Sharon Stone para mostrarles a los policías dónde reside el poder de la humanidad.
Creo en la tenacidad de Greta Thunberg, la adolescente sueca que se plantó en el Parlamento Europeo y les dijo que, si siguen tapando la luz y la sombra, en el 2030 solo quedarán la mitad de las especies vivas de nuestro planeta. Creo en las luchas individuales y colectivas, en el valor de los eternos perdedores, en las causas perdidas y en las ganadas.
Creo en la felicidad de las mujeres que me dijeron “sí” y en lo que se perdieron las que me dijeron “no”. Creo en el ego para aumentar la autoestima. Creo en la duda del que debe apretar el gatillo en el pelotón de fusilamiento, en las lágrimas de los crisantemos, en el paisaje helado de los cementerios. Creo en cada una de las células que contiene mi cuerpo.
Creo en la necesidad de disfrutar los cumpleaños, en la belleza del gato persiguiendo al ratón, en el olor a viaje de las estaciones de servicio y en la patética metáfora de la vida. Creo en la fragilidad de los cuerpos, en el dolor de cabeza, en la muerte instantánea de las emociones, en la inagotable capacidad de la fantasía para hacernos creer que somos felices.
Creo, creo, creo siempre, aun a riesgo de ser ingenuo. Porque si no lo hiciera, el poquito de sombra que me acecha ya le habría ganado su partida al poquito de luz que me ilumina.