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Cómo nombrarlos en su día

Es fácil reconocerlos; suelen tener tamaño pequeño a mediano, inteligencia no contaminada y una brutal honestidad: son los niños.
No obstante, por momentos es difícil saber nombrarlos. Ante la variedad de ejemplares de cachorros humanos, y en especial en el mes en que se celebra su día, urge precisar algunos términos.
Apenas nacidos se les llama “neonatos” (nacidos nuevos), y al cumplir un mes, se transforman en infantes (del latín, in: sin; y faris: palabra, “los que no hablan”). La infancia se divide en dos etapas. La primera llega hasta los dos años y medio, edad definida por importantes ceremonias de graduación: el abandono de pañales, de biberones y –con suerte– de chupetes.
La segunda infancia se extiende hasta los cinco años. Muchos padres aseguran que, en esta etapa, varios (que ahora sí hablan) “se aburren”. Una verdad a medias si se considera que el aburrimiento es un concepto privativo de adultos.
El resultado es el precoz ingreso de los aburridos a instituciones educativas. Y recién entonces llega la niñez, período comprendido entre los cinco años y la adolescencia en el que los niños se convierten en escolares (del latín scholaris: “que pertenece a la escuela”). Esta idea interpela a sus mayores al exponer que transcurren más tiempo dentro del colegio que fuera de él.
La adolescencia no es un período compacto, sino que muestra tres etapas sucesivas: la primera (9-13 años), con grandes cambios corporales; la segunda (14-17 años) de (esperable) maduración psicosocial; y la tercera (18-21 años), de proyección de sueños y expectativas.
A todas estas definiciones formales se suman los motes según la región y la época: “chiquilín”, “gurí”, “párvulo”, “guagua”, “pibe”, “nene”, “crío”, “mocoso”, “criatura”… infinitas voces para nombrar lo mismo.
Los padres, en tanto, varían según el humor entre cariñosos apodos (“piojo”, “hilacha”, “bombón”, “bebé”, “enano”) y la pronunciación del nombre completo.No suena igual “Gonzi” que “Gonzalo”.
Hasta aquí, los apelativos que usan los adultos, pero ¿qué opinan ellos? ¿Cómo se autodefinen los protagonistas?
Fieles a su desprecio por rótulos y entrenados en definirse por los opuestos, despliegan su pensamiento concreto.
—No soy el que ha venido a cumplir deseos ajenos; prefiero los míos.
—Me niego a ser un hijo “mampara”, puesto por los padres al medio de la cama para evitar encontrarse.
—No soy un juguete que pasa de brazo en brazo; suelo marearme.
—Ni malcriado ni hiperquinético; soy todo lo inquieto que necesito para que me miren.
—Lento para escribir y algo disperso; pero sigo siendo yo, no un síndrome.
—Si deciden divorciarse, no seré una mitad, sino 100 por ciento de cada uno.
—Aunque pase el día entero en el cole no soy solo alumno. Soy mis tristezas, mis distracciones, mis lucideces, mis silencios y también mis risas en el aula.
—No soy solo una interrupción de su café para ofrecerles linternas chinas; me usan para eso.
—No consumo ni trafico drogas; solo ando mal vestido.
—No soy el enemigo; atravieso mi adolescencia (volveré).
Y siguen los comentarios…
Más allá de realidades y prejuicios, tres valores nunca faltan en su definición: sinceros para expresarse, sin doble moral y de afectos incorruptibles.
Bastaría, para que agosto sea en verdad festivo, que los adultos se animen a imitarlos.

Recuadro
“Y recién entonces llega la niñez, período comprendido entre los cinco años y la adolescencia”.

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