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Aprender 2018

Guillermo Jaim Etcheverry
Médico, científico y académico; rector de la Universidad de Buenos Aires entre 2002 y 2006.
En Twitter: @jaim_etcheverry

Uno de los más importantes avances operados en la educación argentina en los últimos años ha sido la progresiva instalación social de las evaluaciones de su calidad. A partir de la década de 1990, inicialmente con los operativos nacionales de evaluación de calidad (ONE) y luego con la incorporación del país a las investigaciones internacionales –UNESCO, TIMSS y OCDE, en este caso las ya famosas pruebas PISA–, se ha ido acumulando información crucial para intentar realizar un diagnóstico certero de aspectos centrales de nuestra realidad educativa. Si bien no son pocas las críticas que han recibido algunas de estas pruebas –centradas en la comprensión lectora, la matemática y las ciencias naturales y sociales–, sus resultados brindan al menos una idea aproximada acerca de las fortalezas y debilidades de nuestro sistema educativo.
Ya es un lugar común hacer referencia a las serias dificultades que enfrentan nuestros estudiantes de nivel primario y medio cuando se trata de interpretar textos o de realizar simples operaciones matemáticas que implican el desarrollo de algún nivel de abstracción. En ese sentido, resulta interesante analizar los datos que arroja la última de esas investigaciones, que, bajo la denominación de “Aprender”, llevó a cabo el Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de la Nación durante 2018. En esa oportunidad se realizó un estudio censal que involucró a 574.000 alumnos de 6° año de primaria en 19.600 escuelas de gestión estatal y privada en todo el país.

“El objetivo del sistema educativo es lograr aprendizajes de calidad en todos los alumnos”.

En lo que respecta a la comprensión lectora, 7,5 de cada 10 estudiantes alcanzaron los niveles de desempeño esperados para 6º grado (satisfactorio y avanzado), cifra que fue de 6,6 cada 10 estudiantes en la prueba Aprender de 2016, lo que marca cierta tendencia a la mejoría. Por otra parte, no se produjeron cambios significativos en el rendimiento en matemática: como en 2016, el 43% de los estudiantes se ubicó en los niveles de desempeño más bajos (básico y por debajo del nivel básico).
Pero tal vez la observación más preocupante sea la que se refiere al “efecto cuna”, es decir, a la influencia que sobre los aprendizajes ejercen el nivel socioeconómico (NSE) y educativo de las familias de las que provienen los alumnos y el entorno de sus escuelas. En lo que respecta a la lengua, el 41% de los alumnos de NSE bajo se encuentra en los niveles básico y por debajo del básico, mientras que solo lo está el 9% de los de NSE alto. En matemática los resultados son similares: 57% contra 22% respectivamente. Esas diferencias que se observan en el rendimiento de los alumnos en relación con el NSE explican en parte los mejores resultados obtenidos en escuelas de gestión privada, que, en general, reciben estudiantes de mayor NSE.
El hecho de considerar de manera detallada el NSE y otras condiciones de contexto para interpretar los resultados de las pruebas de evaluación constituye tal vez la contribución más importante de Aprender 2018. Sin duda, el objetivo del sistema educativo es lograr aprendizajes de calidad en todos los alumnos, independientemente del NSE de sus familias, para borrar en la mayor medida posible los efectos de la desigualdad de origen que aún resultan tan notables.

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