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Superman

Dicen que cuando uno tiene 5 años cree que su padre es Superman. Luego, cuando cumple 15, piensa que su padre es tonto.

Fernando Medeot

 

Dicen que cuando uno tiene 5 años cree que su padre es Superman. Luego, cuando cumple 15, piensa que su padre es tonto. Cuando llega a los 30 se da cuenta de que estaba equivocado, de que ya no solo no es tonto, sino que encima al final termina dejando a Superman en pañales.

Todos en menor o mayor medida hemos visto cómo nuestros padres, ya sea por la crisis de los 40, de los 50 o de los 60, han llevado a cabo ideas tan descabelladas como divertidas. Y estoy seguro de que, con la edad, terminaré haciendo cosas raras.

Por eso quiero, hija querida, dejarte algunos principios que suenan un poco idealistas, pero obedecen a mis deseos de seguir queriéndote más allá del reloj. Te aclaro que no dispongo de todas las respuestas. Esa idea loca de que los padres lo saben todo no existe. Creo que no sé nada, aunque improviso muy bien. Corrijo respuestas a veces. Y busco en Google lo que viene flojo de memoria.

Empecemos. La niñez debería ser la parte más feliz de tu vida. Tal vez lo sea, pero observo en la tele a los niños que retiran ensangrentados de una casa en Siria y pienso que es difícil hacer una generalización. Te tocó estar acá, en este momento, a mi lado. ¿Qué viste en mí desde tu niñez? Tu carita sonriente y tu abrazo pegajoso me hacen creer que pensabas que era Superman. En algún momento te desilusioné: no soy capaz de remontar vuelo ni carreteando desde Cruz del Eje.

La vida es una suma de momentos, mezcla loca de azar y precauciones, sin ningún tipo de equilibrio. No esperes que los astros siempre estén en línea y te toquen únicamente días buenos, sino que todo viene como al universo se le antoje. A veces te lloverá la alegría, a veces te arrollará la angustia. Reirás un rato, y otra vez y otra vez, y también llorarás en minutos. Te romperán el corazón, pero no dudes, serás capaz de arreglarlo. Volarás, caerás, caminarás. Negro, blanco y una infinita gama de grises harán tu vida. Tendrás que convivir con ellos.

El mundo es frágil. Quiero que entre vos y la vida que lleves no haya puentes levadizos ni muros indomables. Lo que decidas ser no será fácil, pero elegí una carretera que, aun con curvas y contracurvas, te permita ver una meta.

Me gustaría cartografiar un mapa para que esquives los desengaños y las miserias, escribir una guía que te enseñe a no sufrir y garantizarte un tiempo infinito de felicidad, pero aquí me ves, ando con lo puesto y solo puedo darte este manojo de sueños desordenados.

Te invito a que juntos abramos las ventanas. Dejemos que el viento nos pegue en el rostro y volemos hasta que afirmes tu rumbo. Veamos las películas que nos gustan comiendo pururú; cantemos y bailemos en patas “Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña…”; saltemos sobre la cama grande, aunque tu mamá se enoje. Dejemos que entren el amor sin pausas ni prisas, la tristeza –si cabe– con sus brazos abiertos y la ilusión con sus zapatos nuevos. Que la verdad sea el péndulo donde se hamaque el arcoíris.

Prometo dejarte crecer, sin reproches. Apoyar tus decisiones. Soplar con fuerza para que vayas siempre hacia adelante, sin acelerar la lógica de los tiempos. Descubrir quién vas a ser con solo mirarte. No soy Superman, te dije, pero soy tu padre. Y para proteger tus sueños soy capaz de ponerme la capa y volar.

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