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Sin apuros al mercado

Si tuviéramos que describir cómo vivimos en la actualidad, probablemente diríamos “apurados”. Y ese mismo apuro se

Florencia Servera

Ilustración: Lucas Di Pascuale

 

Si tuviéramos que describir cómo vivimos en la actualidad, probablemente diríamos “apurados”. Y ese mismo apuro se traslada tanto al trabajo como al acto de comer o de hacer mandados. Es que en tiempos en los que vamos contrarreloj a todos lados, algo tan simple como tomarse unos segundos para elegir los alimentos suele pasar a segundo plano. El asunto es que esa desatención durante las compras puede costar desde un dolor de estómago hasta la intoxicación de la familia completa. Para evitarlo, aquí van algunos tips que los ayudarán a evitar el mal trago, o, mejor dicho, el mal bocado.

Cuando elijan productos enlatados, eviten aquellos cuyas latas estén hinchadas, porque es probable que contengan una bacteria llamada Clostridium botulinum. Esta produce una toxina que altera el sistema nervioso central e impide la contracción muscular. En consecuencia, sin la atención médica adecuada, puede causar insuficiencia respiratoria y ser fatal. En condiciones normales, las latas que se emplean en el envasado están esterilizadas. Sin embargo, una falla en el proceso basta para que dicha bacteria quede vivita y coleando en su interior. Allí, los alimentos son su fuente de nutrientes. El dióxido de carbono que liberan en ciertos procesos metabólicos hace presión sobre las paredes de la lata y provoca su hinchazón.

Desde la ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica) también se recomienda evitar la compra de productos almacenados en latas abolladas. Si bien suelen estar en buen estado, puede haber fisuras microscópicas que actúen como la puerta de entrada de microorganismos capaces de causar enfermedades.

Otra cuestión para tener en cuenta es que los productos que se conservan refrigerados deben retirarse de la góndola del supermercado al final de la compra para evitar que pierdan la cadena de frío. Cuando aumenta la temperatura del alimento, las bacterias se reproducen más rápido, y cuantos más ejemplares hay, más rápido se deteriora. Resulta que el ejército de bacterias hambrientas libera en sus procesos metabólicos ciertas sustancias que alteran su color, olor o sabor. Entonces, una vez que se abre el envase, es probable que se conserve en buenas condiciones por menos tiempo o que directamente deba ser desechado. Con esta información entre manos, se entiende por qué no es recomendable detenerse camino a casa o tardar demasiado en llegar si se han comprado alimentos que piden heladera a gritos.

De más está decir que se deben evitar los alimentos que se exponen sobre mesadas o bajo campanas de plástico en lugar de ser conservados en la heladera. Las empanadas, los sándwiches y las tartas que se compran a la pasada pueden ser portadores de un arsenal de bacterias capaces de enfermarnos. Lo mismo sucede con las carnes que a veces cuelgan alrededor del mostrador de la carnicería. Más allá de que se consuman cocidas, es preferible esquivarlas.

En resumen, a la hora de hacer los mandados, hay que estar con los ojos bien abiertos por más apuro que tengamos.

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