Fernando Medeot
Del tiempo para pensar, leer y analizar que tenías 15 años atrás, pasaste al vértigo: si el video del Whatsapp demora en bajar, no sirve. En segundos, revisás la vida de los demás haciendo rolar las imágenes de Instagram. Por Facebook, te enterás de amigos que jamás viste en tu vida. Y Twitter convierte en verdades universales las grandes pavadas del mundo.
Cualquier tipo de reflexión debe traducirse en acción instantánea. Ahora ves el crimen, el accidente o el escándalo en tiempo real. Cincuenta canales de cable, cientos de radios con móviles y miles de corresponsales espontáneos con sus celulares te lo transmiten desde el lugar del hecho, atropellando dignidades, vergüenzas y silencios necesarios.
Mientras tanto, la todopoderosa maquinaria de inventar aparatos extraños continúa fabricando en progresión geométrica. Microchips, inteligencia artificial, celulares que manejan la casa, apps con todo resuelto, big data, robots que piensan, muñecas inflables que se enamoran, blockchain. Todo ahora, todo veloz, sin pausas, con prisas.
“Ya no tengo paciencia para algunas cosas, no porque me haya vuelto arrogante, sino simplemente porque llegué a un punto de mi vida en que no me apetece perder más tiempo con aquello que no me importa”. En las redes circula este texto adjudicado a Meryl Streep. Puede haberlo dicho o no, ya que Internet trae tantas mentiras como verdades, pero conociendo la trayectoria de la actriz, 21 veces nominada al Óscar, es muy probable que sea su pensamiento.
En un momento, todas las respuestas se vuelven parciales, insuficientes. Cuando eso ocurre y los fundamentos de tu universo privado se caen como castillos de naipes, cuando los actos más pequeños de tu vida cotidiana lucen como hazañas, conviene dirigir los ojos hacia adentro y recordar el sentido de la vida, las razones que nos estimulan a seguir y las columnas invisibles sobre las que se apoya nuestra existencia.
“Ahí te das cuenta de que lo instantáneo es un invento. De que tu vida puede tener otro ritmo”.
Entonces, ahí te das cuenta de que lo instantáneo es un invento. De que tu vida puede tener otro ritmo. De que existen alternativas: hacer una pausa, clavar tus ojos en el infinito, mirar un eclipse hasta el final, dejar que la lluvia te bañe el rostro. Refugiarte en una biblioteca o en un cine, o en un rincón chiquito en el patio de tu casa. Y comprobar que el mundo sigue siendo. Con iPhone o sin él.
También tus amigos tienen otras respuestas. Aquellos que saben escucharte cuando parece que viajás por la noche sin brújula y la bahía tranquila se convierte en océano sin piedad. Minutos más, minutos menos, reaparece el sol, se abren las ventanas, entra la luz del día y volvés a respirar. Y las emociones no se mueren, la naturaleza sigue su rumbo.
Tal vez estemos a tiempo de recuperar el ritmo metódico del almanaque. Echar la semilla y atar los zarcillos. Ayudar a que el brote busque el cielo. Contar las flores para calcular la carga de las ramas. Esperar el tiempo de cortar el fruto y comer un bocado maduro despaciosamente, mientras el atardecer huye pintando de naranja el horizonte.
Dale, por una vez en tu vida hacé un poquito de trampa y dejá que tus sueños le ganen a la realidad vertiginosa. Estás a tiempo para empezar a vivir mejor.