Enrique Orchanski
Médico pediatra y neonatólogo, docente universitario, padre de dos hijas; autor de libros sobre familia, infancia y adolescencia.
Cada 15 de mayo se celebra el Día Internacional de la Familia, propuesta que intenta mantener activa la discusión sobre los cambios experimentados por las familias actuales.
La Real Academia Española propone una sosa y acotada definición: “Grupo de personas emparentadas entre sí y que conviven”. No alcanza.
“Esperando familia”, por ejemplo, señala embarazo; “tener familia”, un parto; “de la familia” distingue a personas sumadas por afecto, a veces preferidas a parientes cercanos.
“Estar en familia” describe el cálido amparo percibido entre cercanos; “familiar” es lo conocido y confiable.
No pocos padres esperan novios y novias de “buena familia”, desnudando expectativas frecuentes. Comunidades unidas por una condición, fe o tendencia son también “familias” (la familia universitaria, la salesiana o la albirroja).
Todas son frases que demuestran la asertividad de las expresiones populares comparadas con las académicas.
Los chicos, astutos observadores, perciben los cambios que amplían el concepto de familia.
Lejana quedó la voz latina fames (hambre), que en la antigua Roma definía familia: “Conjunto de convivientes –consanguíneos y servidumbre– alimentados por el pater familias”.
En nuestro medio predominan las familias ensambladas, “aquellas en las que al menos un hijo pertenece a una unión anterior de uno de los cónyuges”. Involucran a más personas, es decir a más vínculos afectivos, con niños circulando entre hogares de hábitos de crianza diferentes. Esto suele generar conflictos de pertenencia, confusión por cuál es su hogar y crisis de autoridad al recibir pautas paternas disímiles.
“Los chicos siempre reclamarán lo mismo: protección, afecto y ejemplos”.
Siguen las familias tradicionales y luego las monoparentales. Estas últimas crecieron tanto en número como en aceptación social, muchas por elección individual.
Las familias homoparentales (parejas del mismo sexo con hijos) son ejemplos de una realidad que no cesa de incorporar cambios al espectro conceptual del término.
Más allá de la estructura que los contiene, los chicos siempre reclamarán lo mismo: protección, afecto y ejemplos.
Pero la realidad muestra que la mayoría son rápidamente tercerizados en brazos de “expertos” (cuidadores, guarderías, colegios) iniciando una soledad parchada por la tecnología. Una frase anónima, popular en la web, resume: “Hoy se me cayó Internet y tuve que pasar tiempo con mi familia. Parece buena gente”.
Interrogados sobre quiénes son sus padres, hermanos y abuelos, aparecen los baches sociales.
¿Cómo define “familia” una adolescente que pasa diez horas fuera de su casa y solo es escuchada por una amiga? ¿Cuál es la visión del hijo de una mujer asesinada por el padre, súbita y doblemente huérfano? ¿Qué piensa cualquiera de los millones de niños refugiados o desplazados en diferentes regiones del mundo, sin protectores ni destino visibles?
Más allá de la familia que cada uno pueda construir, deben existir autoridades en posición de padres. Adultos ejemplares, no perfectos, pero sí presentes.
Luego el tiempo –piadoso– agregará a esos indispensables otros (amigos, compañeros, enamorados) que limiten, ayuden, acompañen y enseñen lealtad familiar.
Así, la familia podrá convertirse en una verdadera creación, más allá del ADN.