Felipe Pigna
Historiador, profesor de Historia, escritor; director de la revista Caras y caretas y de elhistoriador.com.ar.
El 13 de mayo de 1810 llegó al puerto de Montevideo la fragata inglesa John Paris trayendo una noticia tan grave como vieja: Sevilla había caído en manos de Napoleón. La Junta Central, último bastión del poder español, quedó disuelta, y se formó un fantasmagórico “Consejo de Regencia”.
Era una gran oportunidad para los jóvenes que venían reuniéndose desde las invasiones inglesas. El grupo comisionó a Juan José Castelli y Martín Rodríguez para entrevistarse con Cisneros y exigirle la convocatoria a un Cabildo Abierto. El virrey intentó ensayar un discurso hablando de insolencia y atrevimiento, pero Rodríguez le advirtió que tenía cinco minutos para decidir. Cisneros convocó al Cabildo Abierto para el 22 de mayo.
El 21, la Plaza de la Victoria fue ocupada por unos 600 hombres armados con pistolas y puñales, encabezados por Domingo French y Antonio Beruti. Pedían que se concretara la convocatoria al Cabildo Abierto y que el virrey fuera suspendido.
Aquel 22 de mayo comenzaron los discursos sobre la continuidad o no del virrey en su cargo. Rompió el silencio el obispo Lué y Riega, quien planteó que mientras hubiera un español en América, los americanos le deberían obediencia.
Pero faltaba el plato fuerte del día, Juan José Castelli: “Si el derecho de conquista pertenece, por origen, al país conquistador, justo sería que la España comenzase por darle la razón al reverendo obispo, abandonando la resistencia que hace a los franceses. Los americanos sabemos lo que queremos y adónde vamos”.
Los cabildantes aprobaron la destitución del virrey y la formación de una junta. Como era de esperar, los miembros adictos al virrey intentaron una maniobra, pero por la noche una delegación encabezada por Castelli y Saavedra se presentó ante Cisneros con cara de pocos amigos, logró su renuncia y se convocó nuevamente al Cabildo.
Con las primeras luces del 25, grupos de vecinos se congregaron en la plaza. Los cabildantes anunciaron la formación de la primera junta de gobierno en resguardo de los “derechos de Fernando VII”.
Por aquellos días, nadie podía suponer que Napoleón sería derrotado y que Fernando pudiera volver al trono español y recuperar sus colonias americanas. Por lo tanto, prometer fidelidad a un rey fantasma y no a un Consejo de Regencia existente era todo un pronunciamiento que abría el camino hacia una voluntad independentista que no podía explicitarse por las presiones de Gran Bretaña, aliada de España en su lucha contra Napoleón.
“Con las primeras luces del 25, grupos de vecinos se congregaron en la plaza”.
Aquel 25 de mayo, Mariano Moreno juraba como secretario de Guerra y Gobierno de la Primera Junta y nos dejaba una clara declaración de principios: “La variación presente no debe limitarse a suplantar a los funcionarios públicos e imitar su corrupción y su indolencia. Es necesario destruir los abusos de la administración, desplegar una actividad que hasta ahora no se ha conocido, promover el remedio de los males que afligen al Estado, excitar y dirigir el espíritu público, educar al pueblo, destruir o contener a sus enemigos y dar nueva vida a las provincias. Si el Gobierno huye al trabajo; si sigue las huellas de sus predecesores, conservando la alianza con la corrupción y el desorden, hará traición a las justas esperanzas del pueblo y llegará a ser indigno de los altos destinos que se han encomendado en sus manos”.
La revolución, que había fijado en palabras de Belgrano sus cuatro puntos cardinales –equidad, justicia, industria y educación–, estaba en marcha.