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MUJERES PESCADORAS

La participación de las mujeres es vital para el mantenimiento de la pesca artesanal en la Argentina, aunque muchas veces su rol se ve invisibilizado por habitar el “detrás de escena” del sector.

Muchas mujeres podrán apreciar el atractivo de un amanecer en la playa, la arena bajo los pies, el contacto directo con la fauna marina. Pero no son tantas las que están dispuestas a sumergirse en invierno en el agua helada de la Patagonia, enfrentar el oleaje en un bote o llegar a extremos tales como el de usar pañales para evitar situaciones incómodas al embarcarse por horas con un grupo de hombres.

Según el informe “Género y pesca artesanal en la República Argentina: situación de las mujeres en la pesca artesanal costera”, desarrollado por el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (Inidep), “en la Patagonia uno de cada diez pescadores artesanales es mujer. En la provincia de Buenos Aires la tasa de masculinidad es más alta y solo se encuentra una mujer cada 100 pescadores”.

La participación femenina en el sector incluye la pesca de captura, la recolección, la reparación de artes de pesca, el procesamiento y la comercialización, pero también, y más habitualmente, se la ve en las tareas de apoyo y cuidados necesarios para el desarrollo de esta actividad en el seno familiar, al igual que lo hacen en otros sectores productivos.

El mismo informe menciona que hay una división sexual del trabajo en la actividad pesquera en el mundo, estrechamente relacionada con estereotipos sociales. “Tradicionalmente, los hombres salen a la mar para pescar mientras las mujeres los esperan a la orilla de la playa para luego encargarse de la venta del pescado desembarcado. También son las mujeres las que se ocupan del procesamiento del pescado, ya sea en las comunidades artesanales (salándolo o ahumándolo, descascarando mejillones o camarones) o en las plantas pesqueras, donde integran las líneas de producción”, explica.

Y hay otras diferencias: al pescar, ellas se desempeñan en zonas más cercanas a la costa y por lo general lo hacen de día, mientras los hombres se alejan más, asumen trabajos más riesgosos y realizan su labor también durante la noche. Son los pescadores hombres quienes suelen aportar el ingreso principal de la casa.

Jazmín De Francesco, buza marisquera, valora la libertad que le da su trabajo. Foto: Jazmín De Francesco.

 

VALIENTES

“Somos muy poquitas en este momento las mujeres que realmente se embarcan en la pesca artesanal”, comenta a Convivimos Edith Corradini, pescadora artesanal de Santa Clara del Mar, en la provincia de Buenos Aires. Corradini atribuyó la baja representación femenina en el sector a “la casa, la edad, el frío”. “Las mujeres tenemos muchos más problemas en los huesos que los varones”, consideró. 

A sus 60 años, Corradini ya vendió su bote y se dedica al procesamiento del pescado, pero cuenta con una larga carrera en el sector: fue marinera, observadora a bordo en barcos pesqueros para el Inidep, fundó la Unión Argentina de Pescadores Artesanales (UAPA) y cofundó la Unión Latinoamericana de Pesca Artesanal y la Red Iberoamericana de Pesca. De chica, pescaba con su abuelo y su papá.

“A mi hijo mucho no le gusta que me embarque. Ni a mi hijo ni a mi papá ni a mi mamá. Lo que pasa es que mi hijo está acostumbrado porque el papá trabajó mucho arriba de los barcos. Era marinero, fue mozo en el último tiempo de ELMA (Empresa Líneas Marítimas Argentinas). Y ahí me dediqué ya más a la pesca artesanal, que era más ‘masticable’, aunque tampoco les gustaba, pero bueno”, comparte y menciona además otras dificultades que el género llega a enfrentar en esta actividad, como acosos en barcos extranjeros.

APASIONADAS 

En el golfo San José, en la península Valdés, provincia de Chubut, hay pesca artesanal. De ahí, un área protegida, se extraen manualmente mariscos cuidando el ecosistema. En otras zonas del país la pesca de mariscos como las vieras, que viven en el fondo marino, se hace por arrastre, barriendo con todo lo que se encuentra.

En esa área trabajan con los pescadores investigadores del Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (Cesimar), del Centro Nacional Patagónico (Cenpat), y la Fundación Vida Silvestre. Las organizaciones investigan a través de entrevistas la marisquería por buceo en el golfo, analizando qué se captura, cómo viven las familias, la participación de las mujeres y de qué manera se valorizan estas pesquerías. 

“Es una comunidad que está muy apasionada por lo que hace. Eso se va transmitiendo de generación en generación”, asegura a Convivimos Verónica García, especialista en pesca sustentable de la Fundación Vida Silvestre.

“Muchas de ellas nos decían que les gustaría estar en la etapa de extracción, embarcarse, ser buzas, poder recolectar más, pero para eso tenían necesidad de entrenamiento, capacitación, mejores equipos. Te están diciendo que quieren participar más en las distintas etapas de la cadena, no solamente en la parte del procesamiento y la venta. Y a pesar de ser una actividad con mucho sacrificio y esfuerzo físico, eso no las retrae en absoluto”, remarca. 

El grupo de investigación capacita a los pescadores reafirmando conceptos que son parte de un saber ancestral: mantener el ecosistema lo más saludable posible garantiza que haya biodiversidad y más recursos.

“Nuestra actividad es muy selectiva, que es lo que nos diferencia de lo que es la pesca por arrastre: nosotros vamos a capturar determinado molusco en un determinado tamaño. Si sabemos que le falta uno o dos años más para que crezca y tenga un tamaño comercial, no lo extraemos”, comenta a Convivimos Jazmín De Francesco, buza marisquera de 31 años. 

Flavia González pesca pulpos en Playa Larralde hace casi 20 años. Foto: Flavia González.

 

SUMERGIDAS 

“En mi familia son todos pescadores, de toda la vida prácticamente, así que te puedo decir que me crie en la playa. Y hace más o menos cuatro años me empecé a involucrar en la marisquería por buceo. Empecé con mi papá en su lancha como ayudante, de marinera, y al poco tiempo empecé a sumergirme. Hoy ya trabajo de eso”, narra De Francesco, quien destaca la libertad que le da su trabajo, una actividad rentable “si se puede trabajar seguido, pero tiene sus épocas”. Ella no vive exclusivamente de la pesca, si bien la prioriza: cocina y tiene un emprendimiento de velas aromáticas y otras artesanías.

En Playa Larralde, también en península Valdés, hay solo dos buzas dedicadas de lleno a la recolección de mariscos por buceo: De Francesco y su prima. La representación femenina en esta especialidad es mínima.

“Es difícil y hay que estar muy preparado mentalmente para saber qué hacer cuando estás ahí abajo, porque sos vos y nada más, y tu vida depende de vos. Físicamente es difícil, realmente. Yo peso 50 kilos. Soy superflaquita y me cuesta mucho más, obvio, que a mis compañeros hombres”, revela.

“Las embarcaciones en las que trabajo son de mi papá o de mi pareja, entonces me puedo subir libremente. Pero siempre faltan buzos y no me han llamado de otras embarcaciones a trabajar. No te van a llamar a vos. Llaman a un hombre”, reflexiona.

CONSCIENTES 

Flavia González también vive en Playa Larralde, en un asentamiento de pescadores. Tiene 47 años y es pescadora de recolección costera de pulpitos, caracoles y mejillones, con un permiso otorgado por el Gobierno de Chubut. Hace más de 20 años que vive ahí y unos 18 que realiza esta actividad. Nació en Asunción, Paraguay, y se casó con un patagónico. Antes de pescar, trabajaba en una empresa de avistaje de delfines y ballenas como intérprete. Es que ella también es docente de inglés en Puerto Pirámides y da clases particulares en la biblioteca. La pareja llegó a la costa junto con un socio para hacer maniobras de tractor, esas que llevan las lanchas marisqueras al agua. 

“Fui por un año y en los primeros meses quedé embarazada”, recuerda en diálogo con Convivimos. González cuenta que su trabajo depende de la marea y del clima. Cuando baja, por la tarde, sale sola o con su hijo, con una hora y media de anticipación, y camina unos 2000 metros hasta la zona de las piedras. Ella “pulpea” con gancho para recolectar los que están escondidos sin necesidad de alterar su hábitat. Lo que pesca lo vende cerca o en Puerto Madryn a través de una lista de difusión. Como no hay red eléctrica, la familia equipó la casa con pantallas solares para mantener los equipos de frío.

“La verdad, lo que más me gusta realmente es ‘pulpear’, porque me relajo. A veces en invierno me calzo las botas de goma, me abrigo bien y salgo igual. Voy hasta abajo, al fondo, estoy sola, escucho las gaviotas, veo que pasa una ballena y sopla. Obviamente, todo tiene sus cosas positivas y negativas”, confiesa González, y se muestra preocupada por la situación económica, dado que los mariscos fueron perdiendo su valor.

Su hijo de 21 años, en tanto, estudia para contador. “No es que seamos reacios a la actividad, pero es muy sacrificado. No sé si esta actividad va a seguir”, concluye.

 

 

INGRESOS E INCENTIVOS

Según el informe del Inidep, en la provincia de Buenos Aires los ingresos de las pescadoras son un 33 por ciento inferiores a los de los hombres. “Existe un problema de reconocimiento de la actividad de la mujer en la pesca”, indica el estudio. 

“Ha habido incentivos o se han realizado normativas para incluir a una mayor proporción de mujeres en la etapa de extracción, sobre todo en lo que es la pesca industrial, pero no se sancionó”, apunta Verónica García. 

“Encontramos que hay capitanas, marineras, mujeres que hacen de observadoras a bordo, pero no es algo que esté naturalizado. Sí hay muchas mujeres trabajando como investigadoras pesqueras o en organizaciones de la sociedad civil”, dice y cita algunos casos que vale destacar: Ana Parma, titular del Cesimar, quien en 2024 ganó el Premio Internacional de Ciencia Pesquera como Mejor Investigador del Mundo en esta actividad; Ana Cinti, investigadora adjunta del Conicet que trabaja con ella; y Gabriela Navarro, directora de Planificación Pesquera de la Nación.

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