Dos nuevas investigaciones lideradas por la investigadora del CREAF Maria Vives-Ingla revelan que los microclimas en los bosques, caracterizados por temperaturas más bajas y mayor humedad, pueden mitigar los efectos del cambio climático al ofrecer refugios climáticos para los insectos. Sin embargo, estos refugios podrían perder su capacidad protectora ante fenómenos meteorológicos extremos, como olas de calor superiores a 40 °C combinadas con sequías, según los peores escenarios de calentamiento global. Los estudios, realizados en el marco del proyecto MICROCLIM, advierten sobre un posible colapso en las poblaciones de insectos, como la mariposa blanca verdinervada (Pieris napi), con implicaciones que podrían extenderse a otras especies y afectar funciones esenciales como la polinización.
El primer estudio, publicado en Ecological Monographs, demuestra que la elección del microhábitat por parte de las mariposas determina su capacidad para resistir el calor extremo. La investigación comparó dos especies comunes en Cataluña: la blanca verdinervada (Pieris napi), que prefiere zonas sombreadas, y la blanquita de la col (Pieris rapae), que opta por áreas soleadas. Los resultados muestran que las larvas de P. napi en microhábitats sombreados tienen una menor mortalidad frente a temperaturas extremas, a pesar de ser más sensibles al calor. Sin embargo, las plantas huéspedes en estas zonas pueden escasear durante sequías estivales, lo que limita la disponibilidad de alimento. “Estudiar el impacto del cambio climático a nivel de microhábitat es clave”, destaca Jofre Carnicer, coautor del estudio y director de la tesis doctoral de Vives-Ingla en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB).
El segundo estudio, publicado en Global Change Biology, analiza el comportamiento de P. napi en escenarios de calentamiento global sin reducción significativa de emisiones de CO₂, con aumentos de temperatura de entre 2 y 4 °C y fenómenos extremos más frecuentes. Los datos, obtenidos en dos áreas protegidas de Cataluña —el Cortalet (Aiguamolls de l’Empordà) y el bosque de Can Jordà (Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa)—, muestran que los microclimas forestales, como los de la Garrotxa, actúan como refugios al proteger a las larvas del calor extremo y la escasez de alimento.
En condiciones actuales, la población de P. napi en la Garrotxa crece un 6 % anual, mientras que en el Empordà disminuye un 3 %. Sin embargo, en escenarios de eventos extremos, como dos días al mes con temperaturas superiores a 40 °C combinadas con sequías, los modelos predicen un colapso generalizado de las poblaciones, incluso en los refugios microclimáticos. “Estos refugios ofrecen una protección temporal, pero no garantizan la resiliencia a largo plazo frente a fenómenos imprevisibles”, advierte Vives-Ingla.
Los estudios combinaron sensores ambientales, modelos matemáticos, trabajo de campo y experimentos de laboratorio. El equipo desarrolló un modelo matricial de población (MPM) basado en datos del Catalan Butterfly Monitoring Scheme (CBMS), que recopila información de mariposas en Cataluña desde hace más de 30 años. Este modelo simuló 10.000 escenarios climáticos, analizando el ciclo vital de P. napi y su respuesta a diferentes condiciones. “Las larvas pequeñas son especialmente sensibles a olas de calor y sequías severas, sobre todo cuando estos eventos se combinan”, explica Carnicer. Según Constantí Stefanescu, coordinador del CBMS, los resultados con P. napi son extrapolables a otros insectos con biología similar, lo que amplifica la relevancia de los hallazgos.
Un descenso generalizado de insectos podría tener graves consecuencias para la polinización y la cadena alimentaria, afectando a animales que dependen de ellos. “Estos estudios muestran procesos clave que pueden aplicarse a otros insectos, ayudándonos a entender mejor los impactos del cambio climático en la biodiversidad”, añade Carnicer. Vives-Ingla subraya el valor del modelo desarrollado, aunque señala que incorporar datos más detallados, como la fecundidad, podría mejorar las predicciones.
La investigación, en la que también participaron Jofre Carnicer (IRBio-UB y CREAF) y Constantí Stefanescu (Museo de Ciencias Naturales de Granollers y CREAF), pone de manifiesto la urgencia de reducir las emisiones de CO2 para mitigar los efectos de los fenómenos climáticos extremos. Aunque los microclimas forestales ofrecen un respiro temporal, su capacidad para proteger a los insectos frente a un cambio climático descontrolado tiene límites.