Un equipo de la Universidad de Cincinnati (Estados Unidos) ha descubierto que estas pequeñas aves verdes, famosas por colonizar ciudades desde Nueva York hasta Barcelona, no lanzan su simpatía a lo loco. Antes de posarse hombro con hombro, tocarse el pico o compartir comida, “prueban” cuidadosamente al otro para evitar una agresión que pueda acabar en heridas.
El trabajo, publicado esta semana en la revista Biology Letters, confirma por primera vez en aves un comportamiento que ya se había observado en mamíferos como los murciélagos vampiro: la formación de nuevas amistades sigue un guion sorprendentemente prudente.
“Ser sociable tiene muchos beneficios, pero esas amistades tienen que empezar en algún momento”, explica Claire O’Connell, doctoranda de la Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad de Cincinnati y primera autora del estudio. “En muchas especies de loros los vínculos fuertes se traducen en menos estrés y mayor éxito reproductivo. Pero el primer contacto siempre es arriesgado: un rechazo puede acabar en picotazos y lesiones”.
Para captar ese delicado momento inicial, los investigadores reunieron en un gran aviario a periquitos monje (un tipo de loro) capturados en libertad en el área de Cincinnati. Algunos individuos ya se conocían; otros eran completos desconocidos. Durante semanas registraron cada acercamiento, cada posado cercano y cada sesión de acicalamiento mutuo.
Los datos de más de 179 relaciones nuevas se analizaron luego con modelos estadísticos y computacionales.
Los resultados fueron claros: los extraños avanzaban con mucha más cautela que los viejos conocidos. Tardaban significativamente más en compartir el mismo posadero, en tocarse el pico o en pasar al acicalamiento allo-preening, la versión aviaria de un abrazo. Solo cuando la interacción inicial salía bien se atrevían a dar pasos más íntimos: compartir comida o incluso aparearse.
“Capturar esos primeros instantes entre desconocidos es muy complicado, así que estábamos emocionados de poder observarlo de cerca”, reconoce O’Connell.
El patrón es casi idéntico al descrito en 2020 en murciélagos vampiro, donde los recién llegados también escalaban gradualmente desde el acicalamiento social hasta el intercambio de sangre regurgitada, su forma extrema de confianza.
Aunque el estudio se centra en una especie concreta, los autores creen que el mecanismo puede ser común en animales altamente sociales, incluidos primates y, por supuesto, humanos.
