Una bacteria resistente a los antibióticos puede iniciar su viaje en un vertedero del sur de Europa, cruzar el Estrecho de Gibraltar en el intestino de una gaviota y llegar hasta las costas de la Antártida o liberarse del hielo derretido por el calentamiento global. Este periplo revela una amenaza invisible pero creciente: la expansión del resistoma, el conjunto de genes que permite a los microorganismos evadir los antibióticos. Este fenómeno, que precede a la medicina moderna, se acelera hoy por el abuso de antibióticos, la mala gestión de residuos y el cambio climático.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera la resistencia antimicrobiana una de las mayores crisis sanitarias del siglo. Los genes de resistencia (ARGs) circulan en la naturaleza, lo que resalta la necesidad de adoptar enfoques One Health (también conocido como «Una Sola Salud», es un enfoque que reconoce la interconexión entre la salud humana, la salud animal y la salud del medio ambiente) para entender cómo se generan, evolucionan y dispersan.
En el Parque Nacional de Doñana, miles de aves migratorias, como gaviotas patiamarillas y cigüeñas blancas, actúan como portadoras involuntarias de bacterias resistentes. Estas aves, que alternan entre espacios naturales y entornos urbanos contaminados, transportan genes de resistencia en sus plumas, patas y heces. Un estudio publicado en Science of The Total Environment, co-escrito por Marta I. Sánchez, científica de la Estación Biológica de Doñana, analizó heces de aves acuáticas y encontró ARGs asociados a antibióticos de uso común en medicina humana y animal. En gaviotas sombrías (Larus fuscus), se detectaron genes resistentes a carbapeménicos y colistina, antibióticos de última línea usados contra bacterias multirresistentes. “Las aves no son el problema, sino aliadas que nos alertan sobre el impacto humano”, subraya Sánchez.
Incluso la Antártida, uno de los ecosistemas más aislados del planeta, no escapa a esta amenaza. Un estudio de 2024 en la Estación Syowa halló ARGs en excrementos de pingüinos Adélie y skuas antárticos. Otro proyecto, CHALLENGE-2, liderado por la Universidad de Barcelona, analizó muestras de agua y sedimentos en la península antártica. “La Antártida es clave por su mínimo impacto humano y su aislamiento, reforzado por la corriente circumpolar antártica”, explica Gabriel Roscales García, biólogo de la UB. Los resultados muestran niveles elevados de ARGs en áreas cercanas a bases científicas y fauna, evidenciando la magnitud global del problema. “Si esto ocurre en la Antártida, en regiones más pobladas y menos reguladas la propagación es aún mayor”, advierte Roscales.
El calentamiento global agrega otra dimensión a esta crisis. El retroceso de glaciares libera resistomas fósiles, genes antiguos de resistencia presentes en microbios como Actinobacteria y Acidobacteria. Jabir Thajudeen, oceanógrafo microbiano del Centro Nacional para la Investigación Polar y Oceánica de la India, señala que estos genes, detectados en zonas remotas, no siempre son producto de la actividad humana moderna. Sin embargo, el deshielo crea microhábitats que favorecen la proliferación de microorganismos resistentes. “El cambio climático aumenta la conectividad entre ecosistemas polares y templados, lo que podría facilitar la dispersión de ARGs”, advierte Thajudeen.
La propagación de la resistencia antimicrobiana requiere estrategias integrales. “Necesitamos enfoques One Health que incluyan educación, salud y gestión de residuos”, afirma Elisenda Ballesté, coautora del estudio de la UB.