En los paisajes más hostiles del planeta, donde la lluvia es un recuerdo lejano y el sol castiga sin piedad, sobrevive un grupo de vegetales casi invisibles que sostienen la vida: las plantas de raíz profunda. Capaces de perforar la tierra hasta más de 20 metros para beber de acuíferos ocultos, estas especies son el último bastión contra la desertificación en regiones áridas y semiáridas de todo el mundo.
Un artículo de revisión publicado esta semana en la prestigiosa revista Trends in Plant Science, liderado por el investigador del CREAF y del CSIC Josep Peñuelas, lanza una alerta urgente: el cambio climático y la presión humana están debilitando fatalmente a estas plantas. Su declive podría acelerar la transformación en desierto de zonas ya vulnerables.
“Son las guardianas desconocidas de las tierras áridas”, resume Peñuelas. “Si las perdemos, perdemos estabilidad del suelo, capacidad de retener carbono y, en última instancia, la posibilidad de que esas tierras sigan siendo habitables”.
El calentamiento global, la menor precipitación y el descenso acelerado de los niveles freáticos están golpeando en dos frentes. Por un lado, dificultan que las plántulas jóvenes alcancen el agua subterránea; por otro, fuerzan a los ejemplares adultos a invertir casi toda su energía en alargar aún más sus raíces. Ese gasto deja sin recursos el crecimiento aéreo y la reproducción.
Cuando el acuífero se hunde por debajo del alcance máximo de las raíces, las comunidades vegetales quedan a merced exclusiva de la lluvia. En palabras del estudio, “pasan de ser ecosistemas semiestables a extremadamente vulnerables a la sequía”.
A esto se suma la acción humana: sobreexplotación de acuíferos, sobrepastoreo, incendios recurrentes y agricultura intensiva agravan la degradación. Hoy, dos mil millones de hectáreas del planeta (el 15 % de la superficie emergida) ya están degradadas; 260 millones de ellas se han perdido solo por el sobrepastoreo. En Mongolia, el 76% del territorio está ya desertificado por la combinación de ganado excesivo y bombeo descontrolado de agua subterránea.
Estas especies —retama, tamariz, azufaifo, etc.— han desarrollado estrategias asombrosas. Nada más germinar, concentran toda su energía en lanzar una raíz pivotante que puede bajar más de dos metros en pocas semanas. Reducen ramificaciones laterales para ser más eficientes y cuentan con vasos conductores anchos que funcionan como auténticos ascensores de agua.
Pero su superpoder más valioso es la elevación hidráulica: bombean agua profunda hacia las capas superficiales durante la noche y la comparten con plantas vecinas de raíces cortas. Así crean “islas de fertilidad”, montículos ricos en nutrientes y humedad donde prosperan bacterias, hongos y otras especies. Además, sus raíces forman una enorme biomasa subterránea que almacena cantidades ingentes de carbono, convirtiendo desiertos y estepas en sumideros inesperadamente importantes.
Los autores proponen un enfoque integrado para potenciar este tipo especies:
-Regular estrictamente la extracción de agua subterránea.
-Implantar pastoreo rotacional que evite la compactación del suelo.
-Recuperar prácticas agrícolas tradicionales: rotación de cultivos, incorporación de materia orgánica.
-Escuchar el conocimiento ancestral de pastores y comunidades locales.
Experiencias como el Gran Muro Verde africano o los corredores vegetales chinos demuestran que es posible: además de frenar la arena, generan empleo y productos forestales.
