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LAS HORMIGAS SACRIFICAN A SUS MORIBUNDAS CON UNA SEÑAL DE ALARMA QUÍMICA PARA SALVAR A LA COLONIA

Un estudio del Instituto de Ciencia y Tecnología de Austria (ISTA) revela que las pupas de hormiga terminalmente enfermas emiten un olor específico que avisa a las obreras para que las sacrifiquen.
Un estudio del Instituto de Ciencia y Tecnología de Austria (ISTA) revela que las pupas de hormiga terminalmente enfermas emiten un olor específico que avisa a las obreras para que las sacrifiquen.

En la mayoría de los animales sociales, ocultar la enfermedad es la norma: nadie quiere ser el enfermo al que el grupo aparta o directamente expulsa. Las hormigas obreras de la especie Lasius niger, sin embargo, hacen justo lo contrario. Cuando una pupa (el estado entre larva y adulta) está irreversiblemente infectada por un hongo letal, libera un olor químico que grita a la colonia: “Estoy perdida, mátenme ya”.

La respuesta de las obreras es inmediata y brutal. Desenrollan el capullo, perforan la superficie de la pupa y la rocían con ácido fórmico, el desinfectante natural que producen en sus glándulas venenosas. El tratamiento elimina los patógenos… y también acaba con la vida de la pupa. Lejos de ser un acto sádico, se trata de uno de los ejemplos más extremos de altruismo documentados en la naturaleza. 

“La pupa moribunda avisa porque comparte muchos genes con las compañeras que van a sobrevivir”, explica Erika Dawson, investigadora del ISTA y primera autora del trabajo. “Al sacrificar su propia vida, aumenta las probabilidades de que la colonia prospere y se reproduzca, perpetuando así indirectamente sus propios genes”.

El estudio, realizado en colaboración con el ecólogo químico Thomas Schmitt, es el primero en describir una señal química altruista de enfermedad terminal en insectos sociales.

Si la pupa muriera sin ser detectada dentro de su capullo, el cadáver se convertiría en una bomba de esporas capaz de infectar a cientos de individuos. Al emitir la señal con antelación, la colonia puede actuar con precisión: destruye al individuo contagioso antes de que el patógeno madure y se disperse.

Los investigadores comparan este mecanismo con lo que ocurre dentro de nuestro propio cuerpo. Cuando una célula está infectada de forma irreversible por un virus, libera moléculas que funcionan como una bandera de “encuéntrame y cómeme”. Los macrófagos acuden y la devoran. En la hormiga, la pupa enferma activa exactamente la misma lógica, pero a escala de superorganismo.

La señal no es un aroma que flota por el nido, sino compuestos no volátiles depositados en la cutícula (la “piel”) de la pupa. Eso permite a las obreras oler literalmente a cada individuo y decidir caso por caso.

Para demostrarlo, el equipo transfirió ese olor a pupas completamente sanas. El resultado fue demoledor: las obreras las sacaron del capullo y las ejecutaron del mismo modo. El olor, por sí solo, basta para desencadenar la sentencia.

El comportamiento tiene además un matiz de clase. Las pupas destinadas a convertirse en reinas, que cuentan con un sistema inmunitario más potente, nunca emiten la señal aunque estén infectadas. Todavía pueden luchar contra el patógeno y sobrevivir. Solo las pupas obreras, cuando la infección es ya incontrolable, activan el mecanismo de alarma.

“La señal aparece únicamente cuando la probabilidad de recuperación es prácticamente nula”, resume Sylvia Cremer, jefa del grupo de Evolución de Sociedades de Insectos en el ISTA y autora senior del estudio. “Es un equilibrio evolutivo exquisito: protege al grupo sin eliminar a individuos que aún pueden salvarse”.

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