Un nuevo estudio dirigido por la Universidad de Nottingham (Reino Unido) revela que la pandemia de COVID-19 tuvo un impacto significativo en el envejecimiento cerebral, incluso en personas que no contrajeron el virus SARS-CoV-2. Publicado en una nota de prensa de la institución, el trabajo sugiere que el estrés, el aislamiento social y las perturbaciones globales dejaron una huella en la salud cerebral, acelerando su deterioro en un promedio de 5,5 meses.
Para llegar a esta conclusión, los investigadores analizaron resonancias magnéticas cerebrales de 996 participantes sanos del Biobanco del Reino Unido, utilizando modelos de aprendizaje automático. Compararon dos grupos: un grupo control, con escáneres previos a la pandemia, y un grupo «pandemia», con escáneres realizados antes y después del inicio de la crisis. Los resultados mostraron que los cerebros del grupo «pandemia» envejecieron 5,5 meses más rápido en promedio que los del grupo control, independientemente de si los participantes habían estado infectados.
El estudio, liderado por Ali-Reza Mohammadi-Nejad, destaca que este envejecimiento acelerado fue más pronunciado en hombres y en personas de entornos sociodemográficos desfavorecidos. Además, se observó que la infección por SARS-CoV-2 intensificó este proceso en función de la edad, aunque el impacto de la pandemia en sí fue significativo incluso en quienes no contrajeron el virus.
El aislamiento social y la soledad, factores agravados durante la pandemia, se señalan como responsables clave de los cambios estructurales y funcionales en el cerebro. Según Mohammadi-Nejad, “es sorprendente que incluso quienes no tuvieron COVID-19 mostraron un aumento significativo en las tasas de envejecimiento cerebral, lo que demuestra el impacto de la experiencia pandémica en nuestra salud mental”.
El equipo también evaluó el rendimiento cognitivo de los participantes mediante diez pruebas. Los resultados indicaron que el envejecimiento cerebral acelerado se asoció con un peor desempeño en tareas de flexibilidad mental y velocidad de procesamiento, pero solo en aquellos que habían contraído el virus.
A pesar de sus hallazgos, el estudio presenta limitaciones. Los autores reconocen que no pueden determinar la duración de estos efectos ni si son reversibles, aunque sugieren que el envejecimiento cerebral observado podría no ser permanente. Además, la falta de datos globales limita la generalización de los resultados.
Masud Husain, catedrático de Neurología y Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Oxford, quien no participó en el estudio, advierte sobre la necesidad de interpretar los resultados con cautela. “La diferencia de edad cerebral es de solo cinco meses, y el impacto cognitivo se limitó a una prueba específica. Queda por determinar si esto tiene un impacto real en la vida cotidiana”, comentó a Science Media Centre.