La Organización Mundial de la Salud (OMS) dio esta semana un paso histórico al emitir sus primeras recomendaciones oficiales sobre el uso de agonistas del receptor GLP-1 (como semaglutida o liraglutida) para tratar la obesidad en adultos. Por primera vez, el organismo reconoce estas terapias como una herramienta válida —aunque no mágica— para combatir una epidemia que ya afecta a más de mil millones de personas.
“La obesidad es un gran desafío global. Es una enfermedad crónica que requiere cuidados integrales y de por vida”, declaró el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus. “Aunque la medicación por sí sola no resolverá esta crisis sanitaria, las terapias GLP-1 pueden ayudar a millones a superar la obesidad y reducir sus daños asociados”.
Tras un exhaustivo proceso de evaluación, la OMS emitió dos recomendaciones calificadas como “condicionales” debido a las incertidumbres que aún persisten:
-Los fármacos GLP-1 pueden utilizarse en adultos (excepto mujeres embarazadas o en período de lactancia) para el tratamiento prolongado de la obesidad, junto con dieta y ejercicio. La evidencia de eficacia a corto y medio plazo es sólida: reducción significativa de peso y mejora de parámetros metabólicos.
-Siempre deben combinarse con intervenciones conductuales intensivas (asesoramiento nutricional, actividad física estructurada y apoyo psicológico), ya que esta combinación mejora los resultados y ayuda a mantener la pérdida de peso a largo plazo.
El organismo ya había incluido estos medicamentos en septiembre en su Lista de Medicamentos Esenciales para diabetes tipo 2 en grupos de alto riesgo. La nueva guía amplía su uso explícito a la obesidad como enfermedad independiente.
A pesar del respaldo, la OMS es clara en sus cautelas:
-Persisten dudas sobre la seguridad a muy largo plazo (más de 5-10 años).
-Los costes siguen siendo prohibitivos en la mayoría de países.
-Los sistemas sanitarios no están preparados para prescribirlos y monitorizarlos masivamente.
-Sin medidas deliberadas, el acceso desigual agravará las brechas sanitarias globales.
La propia organización calcula que, incluso con una expansión agresiva de la producción, en 2030 menos del 10 % de las personas que podrían beneficiarse tendrán acceso real a estos tratamientos GLP-1.
Por eso insta a los gobiernos y fabricantes a explorar mecanismos como compras conjuntas internacionales, precios escalonados según renta per cápita y licencias voluntarias que permitan la producción de versiones genéricas o biosimilares más asequibles.
La OMS repite una y otra vez que “los fármacos no bastan”. Para frenar realmente la epidemia hacen falta tres líneas de acción simultáneas:
-Políticas poblacionales que creen entornos más saludables (regulación de alimentos ultraprocesados, impuestos al azúcar, promoción de actividad física, etc.).
-Detección precoz y protección de personas con alto riesgo.
-Acceso garantizado a cuidados personalizados y continuos, incluidas —cuando estén indicadas— las nuevas terapias farmacológicas.
La guía ha sido elaborada tras consultas con expertos internacionales y personas que viven con obesidad. Forma parte del Plan Acelerado de la OMS para Detener la Obesidad y será actualizada periódicamente a medida que aparezca nueva evidencia. En 2026, la organización trabajará con socios para establecer un marco transparente de priorización que garantice que los tratamientos lleguen primero a quienes más los necesitan.
