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LA FUERZA DE LA MORDIDA NO LO ERA TODO EN LAS ESTRATEGIAS DE CAZA DE LOS DINOSAURIOS CARNIVOROS 

El Tyrannosaurus Rex destacó por su mordida aplastante, pero otros gigantes como el Giganotosaurus y el Spinosaurus usaron cráneos adaptados para desgarrar o pescar, mostrando estrategias evolutivas distintas en la caza.
El Tyrannosaurus Rex destacó por su mordida aplastante, pero otros gigantes como el Giganotosaurus y el Spinosaurus usaron cráneos adaptados para desgarrar o pescar, mostrando estrategias evolutivas distintas en la caza.

Un exhaustivo análisis de la biomecánica alimentaria, el diseño del cráneo y la fuerza de la mordida de 17 dinosaurios carnívoros, publicado en la revista Current Biology, revela cómo estos depredadores gigantes dominaron los ecosistemas hace millones de años con estrategias diversas. El estudio, liderado por el paleontólogo Andre Rowe de la Universidad de Bristol, destaca que no todos los terópodos, el grupo de dinosaurios carnívoros, dependían de la fuerza bruta para cazar.

El icónico Tyrannosaurus rex destacaba por su mordida devastadora, capaz de aplastar huesos gracias a un cráneo reforzado y músculos mandibulares potentes, la mayor fuerza de mordida estimada entre los dinosaurios estudiados. Sin embargo, otros gigantes como el Giganotosaurus se valían de desgarrar y rasgar carne, mientras que el Spinosaurus, con su hocico alargado y estrecho, estaba adaptado para capturar peces. “No hay una única forma ‘correcta’ de ser un carnívoro gigante”, explica Rowe, subrayando la diversidad de adaptaciones.

El estudio abarca desde el Herrerasaurus, uno de los dinosaurios más antiguos conocido, que vivió en Argentina hace 230 millones de años, hasta el T. rex, que se extinguió hace 66 millones de años tras el impacto de un asteroide. Los investigadores crearon modelos tridimensionales de los cráneos de las 17 especies y estimaron la fuerza de sus mordidas comparándolas con parientes vivos como aves y cocodrilos. “No nos centramos solo en la fuerza bruta, sino en cómo los cráneos distribuían esa fuerza y cómo variaban según cada linaje”, detalla Rowe.

El análisis revela que los terópodos más antiguos tenían mordidas menos potentes, y la resistencia del cráneo y la fuerza de la mordida evolucionaron gradualmente. Este desarrollo alcanzó su punto máximo en los tiranosaurios del Cretácico tardío, como el T. rex, con cráneos más profundos, una arquitectura ósea robusta y cambios en los músculos mandibulares. “En los tiranosaurios se produce un gran salto en la resistencia del cráneo y la mecánica de la mordida”, señala Rowe.

El T. rex, como el famoso ejemplar Sue del Museo Field de Chicago (12,3 metros de largo), tenía un cráneo diseñado para maximizar la fuerza. En contraste, el Giganotosaurus, que vivió en Argentina hace unos 100 millones de años, no estaba adaptado para igualar esa potencia, mientras que el Spinosaurus, del norte de África en la misma época, priorizaba una dieta piscívora, aunque también cazaba otros animales. Estas diferencias evidencian la “flexibilidad evolutiva” de los terópodos, según Rowe.

El estudio muestra que el tamaño corporal gigante no condujo a un diseño uniforme. Mientras el T. rex apostaba por la fuerza bruta, otros terópodos optaban por golpes rápidos o estrategias especializadas. “Estos animales no intentaban ser clones del T. rex. Resolvían el mismo problema de diferentes maneras”, destaca Rowe. Esta versatilidad probablemente permitió a los terópodos dominar los ecosistemas durante millones de años.

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