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LA CONTAMINACIÓN DEL AIRE ES UN ASESINO SILENCIOSO 

Causa unos siete millones de muertes prematuras al año en el mundo. La evidencia científica apunta a que la contaminación atmosférica no solo afecta al corazón y los pulmones. También se vincula con alteraciones en el metabolismo que incrementan el riesgo de diabetes, obesidad y síndrome metabólico.
Causa unos siete millones de muertes prematuras al año en el mundo. La evidencia científica apunta a que la contaminación atmosférica no solo afecta al corazón y los pulmones. También se vincula con alteraciones en el metabolismo que incrementan el riesgo de diabetes, obesidad y síndrome metabólico.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la contaminación atmosférica causa alrededor de siete millones de muertes prematuras al año en todo el mundo, con más del 90% de ellas concentradas en países de renta baja y media. Pero sus efectos no se limitan a las vías respiratorias: emergen evidencias que la vinculan con enfermedades metabólicas como la diabetes tipo 2, la obesidad y el síndrome metabólico, un cóctel letal de obesidad abdominal, hipertensión, dislipemia e hiperglucemia.

La contaminación del aire es una exposición casi universal que afecta a la mayoría de la población mundial. Sus principales fuentes son el tráfico rodado, la quema de combustibles fósiles en la industria y la generación de energía. Entre los contaminantes destacan las partículas en suspensión: las PM10 (diámetro inferior a 10 μm), que llegan a la tráquea; las PM2.5 (menores de 2,5 μm), que penetran hasta los alveolos pulmonares; y las más diminutas, que incluso entran en el torrente sanguíneo. A ellas se suman gases como el dióxido de nitrógeno (NO₂), monóxido de carbono (CO), ozono (O₃) y dióxido de azufre (SO₂), además de compuestos químicos orgánicos persistentes. Cada uno presenta características únicas en dispersión, reactividad y toxicidad.

La OMS califica esta contaminación como el factor de riesgo medioambiental número uno para la salud. De las siete millones de muertes anuales, entre un 60 % y un 70 % se relacionan con enfermedades cardiovasculares, como cardiopatía isquémica o ictus; un 18 % con patologías respiratorias crónicas o agudas; y cerca del 10 % con cáncer de pulmón. Dada la elevada prevalencia de enfermedades metabólicas y cardiovasculares en la población, modificar este vínculo podría tener un impacto sanitario masivo.

En el continente europeo, la contaminación atmosférica sigue siendo uno de los mayores desafíos para la salud pública. La Agencia Europea de Medioambiente estima que, en 2020, la exposición a PM2.5 provocó unas 380.000 muertes prematuras, mientras que el NO₂ y el O₃ se asociaron con 50.000 y 20.000 adicionales, respectivamente. Aunque desde 2010 se han registrado mejoras, muchas áreas urbanas superan los límites recomendados por la OMS para PM2.5 y NO₂. Estudios epidemiológicos revelan que los efectos adversos ocurren incluso por debajo de estos valores de referencia.

En España, investigaciones en Barcelona destacan el «exposoma» –el conjunto de exposiciones ambientales a lo largo de la vida– como determinante clave. La combinación de contaminación atmosférica, tráfico y ruido urbano se asocia con un mayor riesgo de obesidad infantil, influida por el diseño de las ciudades y la densidad poblacional. En adultos, niveles moderados de contaminación elevan el riesgo de hipertensión, eventos cardiovasculares y alteraciones lipídicas que aceleran la aterosclerosis.

Históricamente, la contaminación se ha ligado a problemas respiratorios y cardiovasculares. Sin embargo, en los últimos años, la evidencia científica la conecta con trastornos metabólicos. La exposición a PM2.5 y NO₂ induce resistencia a la insulina, altera el metabolismo de la glucosa y genera inflamación sistémica crónica de bajo grado, mecanismos centrales en el desarrollo de diabetes tipo 2, obesidad y síndrome metabólico.

Estudios epidemiológicos y experimentales confirman asociaciones consistentes entre PM2.5, PM10 y NO₂ con componentes individuales del síndrome (obesidad, hipertensión, lípidos elevados e hiperglucemia) y con el cuadro completo. El ozono ambiental (O₃) también promueve procesos inflamatorios y resistencia a la insulina, según experimentos. Además, la exposición crónica a PM2.5 aumenta el riesgo cardiovascular en personas con síndrome metabólico preexistente, especialmente si hay obesidad o resistencia a la insulina.

Reducir el impacto requiere medidas firmes de salud pública y políticas ambientales. Limitar emisiones, impulsar el transporte sostenible, mejorar la eficiencia energética y diseñar ciudades saludables son estrategias esenciales para disminuir la exposición y prevenir millones de enfermedades y muertes evitables cada año.

Expertos coinciden en que la contaminación del aire es un factor modificable en la prevención de patologías metabólicas y cardiovasculares. Considerar el exposoma no solo como concepto científico, sino como guía para la planificación urbana, podría marcar la diferencia entre una generación enferma y una saludable. 

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