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ESA LUZ QUE NOS DOMINA

Las pantallas están por todas partes y ocupan casi todo nuestro tiempo. También el de nuestros hijos. ¿Qué efectos produce en ellos la exposición excesiva a estos estímulos, en detrimento de otros?
Las pantallas están por todas partes y ocupan casi todo nuestro tiempo. También el de nuestros hijos. ¿Qué efectos produce en ellos la exposición excesiva a estos estímulos, en detrimento de otros?

De entrada, conviene subrayar algo que, aunque es obvio, de algún modo se simula que no: si el modo en que los niños, niñas y adolescentes consumen contenido audiovisual es problemático, lo es porque antes ese consumo problemático lo adquirieron sus adultos a cargo. De un tiempo a esta parte, las pantallas se adueñaron de todo, e “inteligente” pasó a ser el modo en que se define a un dispositivo con conexión a Internet y Bluetooth (más recientemente, se agregó lo de artificial, sin que quede claro si para atenuar lo primero o para tratar de darle más peso).

Como consignó el escritor Martín Kohan en el newsletter dominical que lleva su apellido, “hoy la oferta visual se acrecentó hasta niveles inabarcables”, ya que pasó a volverse omnipresente: llena todos y cada uno de nuestros minutos libres, y se extiende incluso a los no tan libres, entorpeciendo el trabajo y el esparcimiento por partes iguales, bajo la promesa de potenciar ambos. “El tiempo laboral se extiende y conquista con prepotencia el bendito tiempo libre, a veces con embates bruscos, a veces corriendo sigilosamente los mojones […]. Era nuestro tiempo de ocio; ahora lo pasamos trabajando. Era un tiempo que teníamos para perder; hoy lo tenemos que hacer rendir, lo tenemos que aprovechar. Y a la vez, paradójicamente, no paramos de perder el tiempo. Cada vez con más frecuencia nos encontramos con que queríamos hacer algo, y al final no hicimos nada; o que queríamos ver algo, y al final no vimos nada. Por eso no nos da placer, por eso más bien nos frustra”, argumenta.

Ese consumo errático, inevitablemente, se derramó en la crianza. Con buenas intenciones, a veces; como recurso único en un contexto de muchas cuentas que pagar, pocos ingresos para solventarlas y un día con menos horas de las necesarias, en otras; por no saber o querer enfrentar un conflicto menor y acumular la basura bajo la alfombra, en ciertas ocasiones, las pantallas ocupan buena parte del tiempo en algunos hogares, y sus efectos, luego de años de este uso intensivo, ya comienzan a percibirse.

De acuerdo con datos del informe Kids online, encargado por Unicef y Unesco, en la Argentina más del 80 por ciento de los niños, niñas y adolescentes del ámbito urbano acceden al primer celular propio antes de cumplir los diez años. El 84 por ciento de los chicos y chicas utiliza redes sociales todos o casi todos los días, y el 94 por ciento ve videos en plataformas de streaming de forma cotidiana.

“Cada vez recibimos más consultas en torno al uso de dispositivos en niños muy pequeños. Y otras veces la consulta no tiene que ver con esto, pero cuando indagamos nos encontramos con que hay una presencia muy fuerte de la tecnología que explica cosas que a esa madre o a ese padre le preocupan. Vemos mayor presencia de niños con retraso en el habla y, al indagar, resulta que están todo el día con el celular. En muchas personas ni siquiera está problematizado que niños pequeños estén todo el día con el celular o la tablet”, cuenta Ileana Contrera, psicóloga especializada en infancia y maternidad, cofundadora del espacio Lazo Natal (@lazonatal en redes), donde brindan asistencia sobre crianza y maternidad. Sobre el tema, recientemente presentaron el taller virtual “Criar en el mundo digital: redes sociales y pantallas de 0 a 18 años”.

La percepción es compartida por Jimena González, maestra de nivel inicial con dos décadas de experiencia en una escuela que aplica una metodología denominada “educación natural personalizada”, que apunta a atender las necesidades y capacidades de cada niño. Las familias que acuden al establecimiento, en teoría, comparten ciertos lineamientos de crianza, y un enfoque supuestamente más distante de propuestas industrializadas en distintos ámbitos, desde la alimentación hasta el entretenimiento. Sin embargo, González observa: “Los más chiquitos ingresan muchas veces sin saber prácticamente hablar, desacostumbrados a la interacción con otras personas, algo que la pantalla no les da. También noto que se aburren cada vez más rápido, por estar habituados a estímulos más cortos, intensos y cambiantes. Algunas veces, no saben cómo jugar con elementos comunes, como bloques”.

Distintos factores confluyen para que el tiempo de pantalla inicie a edades muy tempranas y se extienda durante horas cada día. Como se dijo, el propio uso compulsivo adulto funciona como desencadenante del deseo: si eso es tan atractivo para el cuidador, el niño lo anhela. La economía es algo que no puede dejarse de lado, ya que en una era en que el pluriempleo se volvió indispensable para la supervivencia, el tiempo que los cuidadores pueden dedicar plenamente a los chicos se reduce de forma drástica. En paralelo, los paradigmas de la crianza se modificaron y lo que antes era imposición en muchos casos se tornó negociación. La gestión de un enojo por la negativa al acceso a la pantalla implica esfuerzo y, nuevamente, tiempo. En resumen: lo que hay son adultos cansados, sobreexplotados, evasivos de lo que pudiera generar rispideces y, en cierto modo, adictos también al chupete electrónico.

Y está el tema del aburrimiento, aquello que buscan extirpar todas las propuestas: cada segundo de la jornada pareciera que tiene que ser entretenido, lleno de algo, sea lo que fuere. “Es superimportante que los chicos se aburran, porque en ese momento es donde la imaginación empieza a volar. Tienen que ver qué hacer, transformar un cartoncito en una herramienta, cualquier cosa. Si no se aburren, no trabajan la imaginación”, explica González.

En edades algo más avanzadas, los problemas que puede originar un uso desmedido de pantallas también crecen. Contrera apunta, especialmente, al contenido más popular, de edición dinámica, ritmo veloz y duración acotada que alimenta el scrolleo sin fin: “Es clásico de shorts de YouTube, TikTok, reels de Instagram. Genera una sobrecarga de estímulos que los deja pasivos, por eso un chico frente a una pantalla es uno que no molesta. Esa sobrecarga no permite ningún tipo de procesamiento de la información en el cerebro. Te atrapa y no sabés qué está pasando. Cuando apagás la pantalla, el chico es como un adicto al que le sacás su sustancia. No solo trae problemas como retraso del lenguaje, trastornos de sueño o irritabilidad, sino que el mundo real no está ni puede estar a esa velocidad, y les resulta difícil sentarse a leer un libro, ver una película o sostener una conversación”.

Laura De Vivaldi es docente de sexto y séptimo grado en escuelas públicas de barrios vulnerables. Aunque los chicos con celular propio son minoría, el resto usa casi a diario el de su adulto responsable, algo que se intensificó desde la pandemia. Sin acceso, en la mayoría de los casos, a una computadora en sus hogares, el celular se convierte en un campo minado de distracciones cuando intentan utilizarlo para hacer tareas o investigar sobre un tema específico. Percibe, en los últimos años, un deterioro en el nivel académico que, aunque no se explica en su totalidad por el uso de pantallas, lo tiene como una de sus causas: “La atención es menor, dictar una clase de cuarenta minutos se volvió un desafío, hay que darle la mayor dinámica posible. La comprensión de textos empeoró notoriamente, las consignas tienen que ser más simples. Hay un desfasaje en el aprendizaje: estamos enseñando en séptimo grado cosas que serían de quinto. Los que sí tienen celular, además, vienen con mucho sueño, porque se quedan hasta la madrugada viendo TikTok o jugando jueguitos”.

(Foto: IStock).

Los investigadores Ronak Jain y Samuel Stemper, de la Universidad de Zúrich, Suiza, estudiaron el impacto de la expansión global de la Internet móvil y el rendimiento escolar. Para ello, usaron como variables clave el tamaño de la red 3G (que transformó definitivamente a los celulares de teléfonos a computadoras portátiles) con los resultados de las pruebas PISA a lo largo de los años. En la Argentina, la correlación fue clara: a medida que la red creció (posibilitando que más personas, entre ellas, adolescentes, accedieran a navegar todo el día desde sus celulares), los resultados empeoraron. No es, claro, un factor único, y la coincidencia no marca una codependencia, pero es un dato más que se suma. “En la historia de la humanidad es un problema muy nuevo. Está todo por ser estudiado, y sus riesgos se están minimizando. Las pantallas y la tecnología pueden ser algo maravilloso que nos acerque a un montón de cosas, pero estamos dejando muy solos a los niños, cuando todavía no tienen formado un juicio crítico de la realidad”, alerta Contrera.

La vida puramente off-line no existe más, y los beneficios de la tecnología son innegables. Hay infinidad de tareas antes engorrosas que actualmente se resuelven en pocos minutos, y tenemos al alcance múltiples herramientas a un costo accesible en la palma de la mano. No se trata de demonizar, sino de reflexionar acerca del uso. Detenernos en el momento en que lo útil se hizo invasivo, el entretenimiento se convirtió en apabullante y la herramienta se volvió un arma.

(Foto: IStock).

 

CHICOS GRANDES, PROBLEMAS GRANDES

A medida que un chico crece, al mismo tiempo gana autonomía respecto de sus padres y la validación de su grupo de pares adquiere relevancia en la percepción que tiene de sí mismo. Pertenecer no es un lujo, sino una necesidad. “Me pasó que en quinto grado todos los compañeros de mi hijo tenían celular y yo me negué a que él tuviera. Fue difícil, pero me mantuve en la certeza de que así lo ayudaba más que dándole uno”, cuenta Jimena González, que además de maestra es mamá.

“Hay un desafío para los padres, que es interesarse en lo que a los chicos les gusta. Así como no lo dejarías ir a la casa de un amigo a dormir si no sabés quién es su familia, lo mismo debería suceder en relación con los dispositivos y el uso de Internet. Tenés que saber qué le gusta a tu hijo, qué videos ve, a qué streamers sigue, qué challenges de TikTok están de moda. Eso puede despertar una charla en la casa”, aconseja Contrera.Abusos, acosos, bullying, extorsiones varias, apuestas on-line, consumo irreflexivo de discursos violentos (todos temas para futuras entregas) son peligros con mayores posibilidades de cristalizarse cuando el acompañamiento desaparece.

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