“Quiero recibirme y después seguir estudiando, capaz algo relacionado con negocios y tener mi propia agencia o mi propio hotel”, dice Rocío Ríos a sus 22 años, luego de haber atravesado una infancia difícil, según cuenta a Convivimos, pero con la expectativa puesta en el futuro.
Rocío estudia Licenciatura en Hotelería y Turismo en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE) gracias a una beca que le cubre los gastos. Como tantos otros chicos y chicas que crecieron en barrios de extrema pobreza, no podía imaginarse otros mundos posibles. Sin embargo, gracias al trabajo sostenido que viene desarrollando desde hace más de 20 años el Colegio Madre Teresa, donde Rocío concurrió desde primer grado, cambiar su visión de futuro fue posible.
La institución, que se sostiene con fondos públicos y privados, abrió sus puertas en la localidad de Virreyes, en San Fernando, al noreste de la provincia de Buenos Aires, para dar oportunidad a niñas y niños de contextos vulnerables. A pesar de los vaivenes económicos del país, sus resultados siguen sorprendiendo.
Desde el año 2003 han dado clases todos los días, de manera ininterrumpida, logrando un cero por ciento de deserción escolar. Chicos y chicas de jardín hasta secundaria asisten a jornada completa. Según cuenta Juan Pablo Jasminoy, el párroco que impulsó la creación de la institución y que actualmente la dirige, al principio las familias les cuestionaban esta decisión, pero él les decía: “Mirá, fíjate que ahora están ahí en la calle, así que mejor que estén en el colegio”.
Entre sus logros, también resaltan que llevan 12 promociones de bachilleres en Economía y Administración, y 404 jóvenes han terminado el colegio. Además, el 80 por ciento estudia una carrera universitaria o terciaria, trabaja o realiza ambas actividades luego de egresar.
Para el Colegio Madre Teresa es importante contener no solo desde las aulas, sino también generando otros pasatiempos. Así que crearon clubes deportivos donde imparten rugby y hockey, entre otros deportes.
Sin embargo, tenían claro que con la escuela y los clubes no alcanzaba, porque muchos chicos y chicas enfrentaban dificultades para acceder al alimento de manera cotidiana.
Por eso, cada mes, sirven 44.900 desayunos, almuerzos y meriendas.
Se sabe que el Colegio Madre Teresa es apenas un grano de arena en una Argentina donde los números de la pobreza aún duelen. Según los datos del INDEC, correspondientes al segundo semestre de 2024, el 51,9 por ciento de los niños de 0 a 14 años es pobre y el 11,5 por ciento vive en la indigencia, es decir que no llega a cubrir las necesidades alimentarias básicas.
A la ausencia de lo más básico para la vida, se suman las cifras del abandono escolar. Un informe elaborado por el Observatorio de Argentinos por la Educación indica que el 15,1 por ciento de los estudiantes que tenían 17 años a finales de 2022 habían abandonado la escuela. Además, la plataforma señala que uno de cada dos chicos de tercer grado no entiende lo que lee.
Sin embargo, a pesar de este panorama desalentador, la institución se presenta como una experiencia para observar y replicar.
LA ESTRATEGIA
No hay fórmulas secretas ni mágicas para explicar los resultados de la institución, pero sí existe un registro meticuloso del impacto de cada acción, lo que les permite ir timoneando sobre la marcha. Tal es el éxito, que el colegio fue noticia recientemente por ser uno de los diez finalistas del World’s Best School Prizes for Overcoming Adversity, reconocimiento internacional que distingue a las escuelas más transformadoras del mundo.
“El año pasado, implementamos un taller de alfabetización para padres que fue muy exitoso” (Juan Pablo Jasminoy).
Según explica Jasminoy, se aplican diferentes estrategias para abordar la realidad, por ejemplo, el trabajo con parejas pedagógicas en el aula: “Así, una maestra puede personalizar el trabajo y acompañar a los chicos más rezagados o con más dificultades”.
“También implementamos un aula abierta, un espacio al que van unas horas algunos chicos que tienen más dificultades. Allí, una psicopedagoga y una maestra especializada los apoyan y ayudan a recuperar el nivel de acuerdo con sus respectivos compañeros”, agrega.
Pero eso no es todo. El foco no está solamente en los chicos, también en las familias. “Muchos padres y madres no están alfabetizados o correctamente alfabetizados, entonces, no pueden acompañar a sus hijos en el trayecto escolar, en sus casas contándoles un cuento, revisando las tareas. Así que el año pasado, implementamos un taller de alfabetización para padres que fue muy exitoso y contó con un 94 por ciento de participación”, indica el director.
Con su hablar tranquilo, Juan Pablo Jasminoy también reconoce las limitaciones y se lamenta de no poder dar lugar a todos los chicos y chicas que quisiera. Hubo un momento en la trayectoria histórica del colegio donde intentaron sumar a jóvenes de otros barrios, pero notaron que no funcionaba, porque las familias no podían afrontar la movilidad o sostener la continuidad. “Les era muy difícil por el viaje o si llovía, y la verdad es que para nosotros cada día de un chico en la escuela es muy valioso”, afirma.
Y teniendo esa claridad, transmiten esa exigencia a las familias: “Les decimos que el colegio es gratuito, pero que hay alguien que lo está pagando, entonces tenemos una responsabilidad”. Y es en ese entramado de aprendizajes educativos y de lecciones de vida que Rocío y tantos otros chicos y chicas pueden construir otro futuro posible. “Alguien me dijo que soy muy ambiciosa, pero no me siento así. Me pongo a pensar en que se me abrieron tantas puertas en mi vida, que no tengo miedo de soñar en grande”.