Un equipo de científicos descubrió en la Amazonía ecuatoriana, cerca del pueblo de Archidona en la provincia de Napo, el mayor depósito de ámbar del período Cretácico encontrado en Sudamérica, con una antigüedad de 112 millones de años. Este hallazgo, publicado en la revista Communications Earth & Environment, revela fósiles excepcionalmente conservados de insectos y plantas, ofreciendo una ventana única al ecosistema del supercontinente Gondwana.
El ámbar, formado por la resina endurecida de árboles, preservó bioinclusiones como avispas, moscas, escarabajos, pulgones, mosquitos y hasta fragmentos de una telaraña, junto con restos de plantas en sedimentos cercanos. “El ámbar conserva los exoesqueletos de pequeños organismos con una calidad tan excepcional que parecen recién muertos bajo el microscopio, aunque tengan millones de años”, explica Xavier Delclòs, autor principal del estudio y científico de la Universidad de Barcelona. Este material, formado en condiciones sin oxígeno, captura organismos que rara vez se preservan en el registro fósil, como insectos y tejidos blandos.
El descubrimiento es especialmente relevante porque los grandes depósitos de ámbar son más comunes en el hemisferio norte. Este hallazgo en Sudamérica, parte del antiguo supercontinente Gondwana, permite estudiar la biodiversidad del Cretácico en una región poco conocida. “Encontrar un sitio así en Gondwana proporciona datos valiosos sobre los organismos que habitaban allí”, señala Delclòs.
Entre los fósiles, destacan mosquitos que probablemente se alimentaban de la sangre de dinosaurios, un escenario que evoca la ficción de Jurassic Park, aunque la idea de extraer ADN viable de estos insectos sigue siendo ciencia ficción. Según Mónica Solórzano Kraemer, coautora del Instituto Senckenberg, estos hallazgos revelan detalles del ecosistema donde convivían dinosaurios, insectos y plantas.
Los fósiles vegetales muestran que las angiospermas, plantas con flores y semillas en frutos, representaban ya el 37 % de la flora hace 112 millones de años. Estas plantas, que hoy dominan el 80 % de la vegetación mundial, comenzaban a desplazar a las gimnospermas, como las coníferas. “Este descubrimiento abre una ventana a la transición de los bosques de gimnospermas a los dominados por angiospermas”, concluye Delclòs.