¿Cuál es la materia de la que está hecho un ídolo? Quizás ni siquiera sea la materia lo importante, sino algo intangible, lo que ahora se extendió en denominar “aura” y que refiere a lo que transmite su sola presencia o mención, aquello que emana y que es inevitable percibir para el resto de los mortales. La sensación de que se está ante alguien que, aunque comparta los atributos esenciales de cualquier otro de nosotros, es notoriamente diferente, más que un humano común y corriente. Si nuestros átomos y los de todo lo que nos rodea provienen de los restos de aquellas estrellas que estallaron en el origen de todo, ese big bang inicial, si estamos hechos, en definitiva, de polvo de estrellas, puede que al ídolo le haya tocado un poquito más de partículas celestiales.
En ocasiones, todo este combo se manifiesta temprano, las señales son evidentes. Aunque, en realidad, es una construcción que se hace a posteriori, una vez que efectivamente el ídolo se revela como tal y, repasando su derrotero y sus peripecias, se reafirma su condición. El destino es algo que se escribe al final.
Es difícil afirmar si cuando vemos a Franco Colapinto, ya estamos observando a un integrante del panteón de ídolos deportivos del país. Parecería tenerlo todo, aunque quizá sea necesaria la distancia del tiempo, dejar que el fruto madure, para poder afirmarlo con certeza. En principio, hay en él algo especial que lo destaca. Poseedor precoz de un talento que es condición básica, pero no suficiente para conquistar al público, es también dueño de un carisma que se impone en cada intervención. Una especie de niño travieso que combina inocencia y picardía, y que además es capaz de conducir una máquina que viaja a 300 kilómetros por hora y cuesta millones de dólares. Es imposible aventurar cómo sigue su historia, pero se puede desandar el camino que lo trajo hasta aquí para explicar en parte el fenómeno.
PONER PRIMERA
“Hay una gran ventaja en tener (erróneamente o no) la impresión de que cuentas con una vocación muy temprano, porque desde ese momento en adelante comienzas a enfocar todas tus energías hacia este objetivo”, reflexionó el célebre escritor Tom Wolfe, piedra basal del Nuevo Periodismo americano, en una entrevista, al referirse a la convicción, a sus seis años, de que se dedicaría a las letras.
En el principio de esta historia, hubo arrojo y algo de inconsciencia de parte del pequeño Franco y de sus padres. Elementos sin los cuales nada de lo que vino después habría sido posible. Aníbal Colapinto, de profesión abogado y de corazón fierrero, fue piloto y es quien transmitió en los genes y la crianza la pasión por los motores y la velocidad. Su hijo conectó enseguida con este universo y buscó a cada paso indagar más profundamente en él. Se sentaba a ver carreras, se interesaba por los mecanismos que hacían posible que esos armatostes metálicos devinieran en bólidos, se sentía atraído por subirse a ellos y domarlos.
A los cuatro años, ya estaba al mando de un cuatriciclo con el que recorría las calles de un barrio semiprivado. A esa edad tuvo su primer choque: acostado en el asiento, saludaba a un vecino, canchero, e impactó contra un auto estacionado. Algunos machucones y un reto tibio fueron la única consecuencia que sufrió. Un costo que estaba dispuesto a pagar para continuar con su exploración por un mundo que ya intuía que sería suyo por siempre.
Su habilidad para manejar creció a la par de su interés por la mecánica. Lo segundo motivó que ingresara a una escuela técnica, donde pudiera desarrollar más las inquietudes que lo obsesionaban, pero la cursada se hizo insostenible por las consecuencias de su talento: las categorías locales le quedaban chicas y el salto al exterior se hizo inminente. Cada vez con mayor frecuencia competía fronteras afuera y, apenas ingresado en la adolescencia, debió tomar una decisión adulta.
ACELERAR A FONDO
En el circuito de kartings local, Franco no paraba de ganar. Competir en Europa era el paso deportivo lógico para su nivel, pero debía, para ello, invertir sumas considerables. El automovilismo, sin financiamiento, es un deporte impracticable, y para los pilotos sudamericanos se hace aún más complejo alcanzar los lugares que los europeos tienen más a mano. Forjó en aquel momento la noción de que debía vivir cada carrera como si fuera la última, no solo como una motivación, ni siquiera como una filosofía, sino porque no tenía la seguridad de conseguir el dinero suficiente para correr la siguiente.
Aníbal, entonces, dio un paso gigante, un voto de confianza que también podría haber significado una presión agobiante. Vendió su casa en Pilar, provincia de Buenos Aires, y se fue a vivir al campo. Ese dinero solventó la aventura deportiva de Franco, quien también debería hacerse cargo de una decisión parteaguas: luego de algunas competencias en España, Franco recibió una propuesta para sumarse al equipo italiano de karts CRG, que requería que se instalara en Desenzano del Garda, en la provincia de Brescia. Con 14 años, sin saber el idioma, vivió casi un año en una fábrica.
“Dejar el colegio, mis amigos, mi familia, fue duro. Me involucraba mucho en la mecánica de los kartings. Siempre quise meterme en eso, entender para saber cómo podía ir más rápido. Tuve que empezar a lavarme la ropa solo, cocinar, comunicarme en otro idioma que no entendía. Aprendí muchísimo de esa experiencia. Más en momentos duros, cuando necesitás un abrazo de un amigo, una familia. Maduré como piloto y como persona”, recordó en una entrevista con TN.
El talento innato y el sacrificio ya estaban. Las oportunidades, también. Su salto a la notoriedad pública era solo cuestión de tiempo.
A pura velocidad y, al mismo tiempo, con cautela, siguiendo los pasos lógicos de desarrollo, ya con un equipo de trabajo a cargo de pensar estratégicamente la continuidad de su carrera profesional, Franco demostró, en simultáneo, de lo que era capaz arriba de un auto y lo que podía generar más allá de la pista.
Campeón de F4 en España en 2019, fue tercero tanto en la Toyota Racing Series como en la Eurocopa de Fórmula Renault en 2020, obtuvo el mismo puesto en la Asian Le Mans Series de 2021, alcanzó el cuarto lugar en el Campeonato de Fórmula 3 de la FIA en 2023 y fue parte de la Fórmula 2 en 2024, año de su desembarco a la máxima categoría del automovilismo. Así, cumplió el sueño de toda su vida, alimentado con las historias de Juan Manuel Fangio y Ayrton Senna, sus máximos ídolos, aunque ambos hayan fallecido décadas antes de su nacimiento.
El domingo 1 de septiembre de 2024, en el autódromo de Monza, se produjo el ansiado debut. Con él, llegó la consabida pasión con que el público argentino apoya a sus figuras, y la Fórmula 1 confirmó que en Colapinto había un activo importante a nivel comercial. La categoría se revitalizó en los últimos años con una estrategia de comunicación sólida y diversificada, que tiene a la carrera central de los domingos y al campeonato como epicentro, pero lejos de constituir la única atracción. Una serie documental en Netflix que temporada a temporada es vista por millones (Drive to Survive), creación de personajes, historias y una narrativa profusa alrededor de sus protagonistas en redes sociales, e incluso el reciente film protagonizado por Brad Pitt, son parte de un gigante que mueve millones de dólares a cada paso y no deja prácticamente nada librado al azar.
La desfachatez del nuevo niño travieso del jardín llegó para sumar a ese circo enorme. Las declaraciones espontáneas de Colapinto, sus juegos de seducción con entrevistadoras ocasionales, su sinceridad acerca de las dificultades y los errores cometidos por él o el equipo en cada prueba, y los posteos en respuesta a comentarios de fans lo convirtieron en una máquina de atraer views y clics que los medios inmediatamente aprovecharon. Todos quisieron, de un momento a otro, más de él.
De entrada, respondió con solvencia en la pista, sumando puntos por encima de lo esperado. Luego, llegó una meseta, entendible y esperable, al tiempo que se veía involucrado en polémicas por esa misma desfachatez que se celebró inicialmente. Coacheos sobre manejo en medios para encauzar su honestidad y el cambio de equipo para ganar experiencia sobre un auto de escasas chances competitivas trajeron algo de calma a aquella efervescencia. Hay un chico de 22 años, de indudable capacidad y carisma, que todavía tiene que rendir numerosas materias para sentarse a la mesa de los ídolos. El ritmo vertiginoso de la época, quizás mayor que el de un Fórmula 1, exige campeones inmediatos, que revaliden su condición cada diez minutos, enaltece reyes que derroca en segundos y se tatúa rostros que olvida al instante. Colapinto parece tener todo para sobrevivir a la picadora de carne, solo el tiempo dirá si efectivamente es así.
PASIÓN NACIONAL
La aparición rutilante de Colapinto en la Fórmula 1 sacudió todo. De un momento a otro, el interés por las transmisiones de la categoría creció un 62 por ciento en la Argentina, un mercado ávido de referentes y que no contaba con un piloto propio para alentar desde el paso de Gastón Mazzacane en la escudería Minardi.
Miles de argentinos viajaron a Brasil en noviembre del año pasado para ver a Franco en el Gran Premio de San Pablo, dándole al fin de semana un clima por momentos desbordante y completamente distinto a lo que suele vivirse los demás fines de semana.
En redes sociales, los seguidores del piloto se multiplicaron por ocho, y las cuentas oficiales de las escuderías para las que corrió (Williams y Alpine) se beneficiaron del derrame. Las marcas también se acercaron y el rostro de Colapinto hoy está asociado a numerosas empresas, dejando lejos aquella etapa en la que conseguir sponsors parecía una tarea imposible.
