Los compuestos perfluoroalquilados (PFAS), conocidos como “químicos eternos” por su resistencia a degradarse, han alcanzado niveles inesperados en las aguas cercanas a la Antártida. Un estudio liderado por investigadores del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC) y del Instituto de Química Orgánica General (IQOG-CSIC) demuestra que estos contaminantes viajan miles de kilómetros por la atmósfera y se depositan en el océano Austral mediante aerosoles marinos, lluvia y nieve.
El trabajo, publicado en la revista Communications Earth & Environment, reescribe lo que se sabía sobre el transporte global de estos compuestos. Hasta ahora se creía que las corrientes oceánicas eran la principal vía de llegada a regiones remotas, pero los datos confirman que la atmósfera es el vector dominante.
“Hace 15 años se sugirió que los PFAS no podían llegar a la Antártida por las corrientes oceánicas. Con este estudio hemos demostrado que sí lo hacen, pero transportados por la atmósfera, mediante la nieve y la lluvia. Lo relevante es que están aumentando las concentraciones en una zona remota como la Antártida”, explica Jordi Dachs, investigador principal del IDAEA-CSIC.
Durante dos campañas oceanográficas realizadas en 2021 y 2022, los científicos recolectaron muestras de agua desde el Atlántico Norte hasta el océano Antártico. La clave fue emplear la misma metodología analítica en todas las regiones, lo que permitió comparar concentraciones con precisión.
Los resultados son contundentes: los niveles de ácidos perfluoroalquilados (PFAAs) en aguas antárticas son similares a los del Atlántico Norte, una zona mucho más cercana a las fuentes industriales. Los picos más altos se registraron en áreas influenciadas por las costas de Brasil y Argentina.
“El uso de la misma metodología para todas las regiones oceánicas estudiadas permite la comparación de concentraciones entre las distintas regiones y así confirmar que los niveles de PFAAs en la Antártida son parecidos a los del Atlántico norte, una región más próxima a las fuentes antropogénicas de contaminación”, detalla Begoña Jiménez, coinvestigadora principal del IQOG-CSIC.
Los PFAS se emplean como antiadherentes en envases de alimentos, textiles, materiales de construcción, espumas contra incendios y cosméticos. Algunos, como el ácido perfluorooctanoico (PFOA), están clasificados como cancerígenos para humanos y animales; otros, como el sulfonato de perfluorooctano (PFOS), son posibles cancerígenos según la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer.
Su extrema durabilidad es el principal problema. “La capacidad de transporte a larga distancia y la persistencia permite que estos compuestos se acumulen porque no hay vías de eliminación o de salida para compensar su nivel de entrada”, advierte Núria Trilla-Prieto, primera autora del estudio e investigadora del IDAEA-CSIC.
La investigación aporta datos clave en un momento crítico: la Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA) evalúa actualmente una propuesta para restringir los PFAS en la Unión Europea. Los hallazgos en la Antártida refuerzan la necesidad de controles globales más estrictos.
“La persistencia química de estas sustancias es el principal factor que determina su riesgo ambiental a largo plazo”, concluyen los autores.
